Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de julio, 2011

Templario (John English). 2011

Para celebrar Santiago Matamoros, ayer fui a ver este estreno, basado, al parecer, en la historia de Inglaterra. Es una peli plana, con muchas cabezas rotas a espadazos, salpicaduras de sangre y de mierda, atrezzo excelente, cero pretensiones y nula importancia. Como entretenimiento facilón, no está mal. La peli cuenta alguna de las batallitas entre Juan I y sus señores feudales. Para que lo entendamos mejor, el rey es malo (es el mismo contra el que luchaba Robin Hood) y los otros, buenos. A mí me vino a la mente que, a pesar de todo y después de Tucídides, Milton, Rousseau, Hobbes, Marat, Figueras y Habbermas, España sigue siendo una monarquía. Mala suerte. Y yo soy un súbdito que va al cine. El protagonista es un templario, que no dice nada, que liquida enemigos a montones y que se hace el estrecho cuando la señorita del castillo se lo quiere follar. El tema de los monjes guerreros está bastante agotado (lo acabó de gastar George Lucas con los jedi). Las novelas y la tele los pintan

Vida y destino. (Vasili Grossman).

Recuerdo con ternura cuando leía "Guerra y paz", dos tomos que saqué de la biblioteca de Mislata. Aquella saga familiar durante la invasión napoleónica, entreverada de las reflexiones del gran Tolstoi, el alma rusa, el principio del XIX, en las largas tardes de la adolescencia. Por aquel entonces, yo aún creía que todo estaba en los libros. Muchos años después, demasiados, he leído la novela de Grossman, que pasa por ser la réplica de la anterior para el XX. Adopta la misma estructura formal: un momento histórico: la batalla de Stalingrado y una familia como protagonista: los Shaposhnikov (o mejor dicho, las Shaposhnikova), cuyos miembros están repartidos a lo largo y ancho de la inmensa geografía soviética, a ambos lados del frente. Pero "Vida y destino" es algo mucho más brutal y conmovedor. No puede ser de otra manera, ya que su escenario es el colosal enfrentamiento entre los dos estados todopoderosos que encarnaban las terribles ideologías totalitarias que han

Midnight in Paris.

Para huir del calor de julio y de la soledad, me metí en los cines Lys. Solamente pude escapar de lo primero. Me llamó la atención que, delante de mí, en la cola, dos grupos diferentes (uno de erasmus y otro de turistas propiamente dichos) preguntaran si había pelis en versión original. Mala suerte, guiris, esto es Valencia y aquí todo es en español. Bueno, hace unos días, el Partido decretó que vamos a ser trilingües. Y mañana buen tiempo. En cuanto vi los primeros planos comprendí porque había elegido la última de Woody Allen: por nostalgia de los días vividos allí con mis chicas, por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. París, París... Me he quedado boquiabierto cuando he comprendido que la peli trataba precisamente de eso, del recuerdo que se desvanece, de lo vivido, de lo que se imagina haber vivido, haber amado. El protagonista, Owen Wilson, añora un tiempo ya perdido: el París de entreguerras, la ciudad nocturna y libre de Hemingway, de Fitzgerald, de los surrealist