En los primeros 70, mis tíos hicieron un largo viaje por Alemania y los países nórdicos. Se me hace difícil imaginar a unos españoles de clase media circulando en aquellos tiempos por países donde los únicos compatriotas eran los de la movilidad laboral exterior, tal y como diría la actual menistra de trabajo, la que nunca ha trabajado. Aquel viaje les dejó honda huella. Y a través ellos, a mi. Recuerdo a mi difunto tío hablándome de las solitarias calles del Berlín oriental, del muro, de las torretas, de los disparos que oyeron una noche. Supongo que en su percepción se mezclaba el aprendido rechazo por el comunismo con cierta admiración por la fuerza y la brutalidad de los regímenes dictatoriales, como la RDA, el nazismo o la España de Franco: esa anomalía histórica de la que procedían. Para el sobrino que le escuchaba embelesado, todo aquello no eran más que historias bélicas. Así que siempre que veo o leo algo sobre la Alemania oriental, recuerdo aquellas historias. La peli ...