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Mostrando entradas de julio, 2018

Lejos del corazón.

Siempre he pensado que el color de la bandera española no debería ser el rojigualda, tan anómalamente mediterráneo, sino el verde oliva de los uniformes de la Guardia Civil. El color guardia civil será más triste; pero más del terreno de la jara y la aliaga, y más “nacional”. Si España, como Estado Nación discutido y discutible tiene algún símbolo, eso es la guardia civil. En el XIX, cuando todavía no había escuelas públicas, ya había guardias civiles mal pagados, patrullando en aldeas remotas y pegando palizas a los furtivos y a los ladrones de gallinas. La guardia civil se unió mayoritariamente al golpe del 36 y fue decisiva en la represión de las guerrillas anti franquistas. La cara del estado era la cara enjuta y desagradable de los guardias civiles, que pusieron su cuota de muertos y de crueldad en la última carlistada. En la España contemporánea, las imágenes de los picoletos entrando en las sedes de los partidos monárquicos y de las empresas constructoras para detener corrup

Negras o blancas (3)

Anoche acabó la temporada del programa de radio en el que colaboro de vez en cuando: “Negras oBlancas”  Recopilo aquí los libros que he reseñado en mis intervenciones de la primavera y el verano.  En lo que se refiere a libros más técnicos (libros puramente de ajedrez), comenté: “Al ataque” de Mihail Tal y Iakov Damski, con una recopilación de las partidas del genio de Riga. “Mis geniales predecesores (tomo 1)”, de G. Kasparov, donde el ogro de Bakú se ocupa del ajedrez hasta M. Euwe. Cité ese libro con motivo de nuestra visita a Montparnasse, donde yace A. Aliojin. “ABC de las aperturas” de Panov. “Partidas selectas”, del que fuera patriarca del ajedrez soviético, M. Botvinnik. En lo que se refiere a libros que trascienden el ajedrez, reseñé los siguientes: “La defensa” de V. Nabokov. La historia del ajedrecista Luzhin pasa por ser la gran novela contemporánea sobre el ajedrez. No sé si estoy de acuerdo. Es una novela compleja y quizá pretenciosa. Inspiró una

La Corona de Aragón (J.L.Corral)

Los tontos se entretienen con la historia. Y los que somos muy tontos, con el cansino tema de las identidades nacionales. Los estados que quieren ser naciones y las naciones que quieren ser estado dedican jugosos presupuestos a inventarse mitos fundacionales, a ponerle letra a los himnos, o a montar embajadas con su banderita y su agregado cultural. La historia es el principal campo de batalla de esas guerras identitarias.  Cuando uno reclama que se cuente la historia “como es” y no “como los nacionalistas dicen que es”, siempre se refiere a los otros nacionalistas.   Desde que hay escribas, cronistas y catedráticos, los poderosos escribieron y reescribieron la historia ocultando unos hechos y resaltando otros, inventando leyendas bonitas y cambiando oportunamente los nombres de las cosas. La cuestión era justificar el presente (y la estructura del poder del presente) en base al pasado. Es decir, la historia, tal cual la entiende la gente común o Arturo Pérez-Reverte, no existe. Exi