El sábado pasado, fuimos al cine a ver la última de Woody Allen. Y fue como los cines de antes: había gente, mucha gente, colas, expectación, murmullos en el sala, cachondeo, ilusión, morbo. Como cuando mis padres iban al cine en el pueblo a ver dramones americanos. Y cuando apareció la Penélope en la pantalla, la sala empezó a reir, a aplaudir. Y yo me sentía feliz. Y cuando llegó el morreo entre la Penélope y la Scarlett, pues me sentí más feliz todavía. Y eso que por primera vez en muchos años, nos habíamos tenido que sentar en un lado y tan adelante que me parecía oler el olor de macho de Bardem. Los fans de Woody Allen notarán que no se ha esforzado mucho para hacer su última comedia: típica historia con triángulo amoroso, un poco de oficio, un latin lover, unos diálogos apañaditos, buena fotografía de Aguirresarobe, buenos actores y que la gente se lo pase bien. Eso sí, es imprescindible verla en versión original, porque la historia juega a menudo con los cambios del inglés al ca...