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Camins duptosos. Las Valencias que he vivido (Jiménez de la Iglesia)


Un compañero me regaló este libro. Es una colección de artículos de prensa, noticias y apuntes que conforman las memorias del empresario valenciano Jiménez de la Iglesia. El principal objetivo del libro, como de casi todos los libros de memorias, es ajustar las cuentas con los coetáneos, especialmente con el inefable y bronceadísimo Zaplana, que le hizo dimitir de la CEV (una de las patronales valencianas).

La burguesía valenciana del XIX y del XX (en especial, el empresariado) ha sido un fructífero objeto de estudio para economistas, historiadores y polítologos. No es para menos, como clase dirigente, sus anhelos, visiones y proyectos, se convertían en los de toda la sociedad. Por ejemplo, en el terreno lingüístico, la burguesía valenciana, a diferencia de la catalana, despreció siempre la lengua vernácula, que sigue hoy en día en una situación subalterna (el libro toma el título de un famoso verso medieval valenciano, pero está escrito a excepción de 4 páginas, en castellano).

Por razones de trabajo, yo estudié el surgimiento de los sectores industriales que se convertirían a lo largo del XX en líderes europeos de la pequeña manufactura (muebles, azulejos, juguetes, calzado). Siempre me ha parecido asombroso cómo aquellos hombres emprendedores, a pesar del aislamiento de la sociedad española y de la falta de capital, pudieron montar redes comerciales competitivas y sostener pequeñas industrias que daban trabajo a decenas de miles de personas. Pero todo esto es cosa del pasado. Después del proceso acelerado de desindustrialización de los últimos 20 años, en el País Valenciano queda muy poco de todo aquello. Solo quedan naranjos entre urbanizaciones feas.

Aunque tengo que reconocer que el personaje como tal no me interesaba demasiado, a través del texto se puede rastrear ese proceso de desindustrialización y de pérdida de poder de la economía valenciana. El mismo Jiménez de la Iglesia no ha sido un industrial, sino un constructor-promotor (participó activamente en la invención-construcción de Benidorm). Los últimos apuntes del libro rezuman el fracaso de los poderes locales para salvar el sector financiero autóctono o para poder imponer un mínimo de cordura a los dirigentes del Partido. Sumidos en una crisis sin precedentes, de la que ya no se podrá culpar a ningún demonio externo en el plazo de un año, y en la que todos los recursos económicos de la sociedad van a ir a parar a las cuentas de resultados de la gran banca, nuestros líderes siguen haciendo gilipolleces. Desde mi casa, con más pena que molestia, oigo el zumbido de la feria de Ecclestone, que ni sabe quién fue Jiménez de la Iglesia, ni Ausiàs March, ni le importa.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Conocí a este caballero en una curiosa estancia de la Sociedad de Agricultura en la calle de las Comedias, cuyo nombre se ajustó como un guante al resultado práctico de aquella nocturna reunión; una reunión en la que se mezclaban entusiastas, utópicos, pragmáticos, pesimistas, visionarios y recelosos con no más de dos elementos por conjunto y algunas intersecciones. Es decir: no éramos multitud ni creo que hubiera esperanza objetiva de serlo. Pero una vocación, sino común sí mancomunable, nos había llevado allí. No entraré en detalles porque a nadie interesan los fracasos en este país y, en cualquier caso, siempre es mejor comentarlos en directo, mirando a los ojos del interlocutor para valorar la sinceridad de su interés y, por supuesto, con vino en bota, copa o cáliz. Eran los tiempos en que se intentaron pocas y diversas alternativas para la construcción de una formación política nacionalista valenciana sobre la base de una tercera vía prácticamente inviable. Y era necesario conocer la opinión del empresariado valenciano y quien parecía tener las llaves del mismo -valga la alegoría un tanto ácida- era el Sr. Jiménez de Laiglesia. El final de la historia es conocido. Y el final del nacionalismo valenciano se produjo antes de su propia fecundación. Ni siquiera se puede afirmar stricto sensu que se abortara durante su gestación. Porque hay razones objetivas para pensar que el nacionalismo valenciano no es más que una contradictio in terminis.
Quien desee conocer más impresiones de aquel día, que concierte un almuerzo valenciano con el mochuelo... en alguna bodega donde reponer la bota, la copa o el cáliz resulte un acto de lo más natural. Él ya sabrá a quién citar.

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