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Ramón Llull

Hace unos meses, mi compañero Salva, me dejó en el casillero una breve biografía en cómic del teólogo y filósofo mallorquín. De las mareas de papel de su vecino despacho, salen a veces regalos agradables en forma de libros inesperados, guías descatalogadas u obsoletos manuales. Yo, envenenado y apasionado siempre por los viejos libros, agradezco feliz esos regalos. "Dinosaurios en el siglo de los bits, nacidos impresos y condenados a morir en algún contenedor de papel", podríamos recitar, siguiendo al gran Zitarrosa. 

Del cómic, perteneciente a la colección Cascaborra ediciones "Biografía en viñetas", no tengo mucho que decir. El guión y el dibujo son de Marc Gras. Y el color lo ha puesto Nae Ed. No me siento capaz de juzgar el trabajo. Lo cierto es que me abrió el hambre, ya que lo que contaba el cómic y lo poco que yo sabía de él se me quedaba corto.

Llull nació en la recién conquistada Mallorca. Su familia había seguido a Jaime I desde Barcelona. Y creció en esa nota al pie en la historia de la Corona de Aragón que fueron los 80 años de vida del reino de Mallorca. Siguiendo la costumbre pirenaica, el rey no podía disponer libremente de lo que había heredado de sus antepasados (Aragón y Cataluña); pero sí de lo que se había conquistado bajo su mando. Así que nuestro gran señor don Chaime-Jacme-Jaume, para enorme disgusto de los clanes ganaderos aragoneses y de los comerciantes barceloneses, tuvo a bien crear un reino nuevo (el de Valencia) con el mismo peso político que Aragón y Cataluña y además, dejarle a su segundo hijo, Mallorca, el Rosellón, la Cerdanya y Montpellier, en forma de pequeño reino separado de la Corona.

Hoy en día nos resulta casi imposible ponernos en la mente y en el corazón de aquellos caballeros que vivieron entre el XIII y el XIV. El Mediterráneo volvía a ser un gran mercado, después de siglos de escaseces. Los levantes otoñales barrían las oscuras telarañas altomedievales. Dadme permiso para matar unos cuantos moros y unos cuantos angevinos, señor y os dedico un madrigal en  lemosín. Los jóvenes caballeros disfrutaban de la poesía, de los dados, del vino y de los chochos. Pero a los 30, Llull tuvo su violenta epifanía religiosa y se puso a leer y a publicar como un loco. O como un profe de universidad contemporáneo. 

Hay quien piensa que todo lo valioso de la civilización occidental (la invención del concepto de individuo, la lógica, la idea de la justicia y de la libertad personal)  procede de esa colosal construcción que fue la teología cristiana. Por el contrario, otros dicen que, precisamente la teología, ese extraño batiburrillo lingüístico de mitos egipcios, judíos y griegos, fue el lastre que impidió a la mente occidental levantar el vuelo antes y dar a luz al mundo moderno del XVI y el XVII. Yo no me pronuncio. No sé ni de cómics ni de voces en la cabeza de nadie.

Aunque hay un argumento demoledor en contra de la idea de religión verdadera: que hay muchas que dicen serlo. La presencia musulmana en la isla recién conquistada todavía debía ser muy importante y eso marcó a Llull, que anduvo toda la vida adulta obsesionado con la idea de que debía convertir a los infieles (a los musulmanes, se entiende) mediante la razón. Si solo una religión era la verdadera, eso podría demostrarse mediante la lógica. Y ese afán proselitista, que hoy nos suena tan estúpido, hizo que Llull se llevara unas cuantas cuchilladas moras y también que se elevara intelectualmente sobre su tiempo. Llull convirtió el catalán en la primera lengua vulgar europea en la que se expresaron conceptos científicos (o pseudo científicos) y sobre todo, hurgó en la naturaleza misma del razonamiento humano mediante lo que llamó Ars Magna.

La Ars Magna fue el primer intento humano de crear un lenguaje formal que describiera la realidad. O al menos, la parte de la "realidad" que era importante para Llull: el Dios de la biblia. La idea era explicar a ese Dios mediante un lenguaje puro, indiscutible. Llull no lo sabía; pero estaba diseñando una maquina combinatoria, o dicho de otro modo, un ordenador de estados finitos. Para Llull, su máquina, por si sola, podía probar la falsedad o certeza de una afirmación. Llegó al límite de lo que un sabio del XIV podía proponer y de lo que la iglesia podía aceptar. Lo cierto es que no fue canonizado nunca. Se acercó demasiado al concepto moderno de lógica.

Quiero imaginar con ternura qué hubiera sentido hoy Llull al conocer que hay máquinas eléctricas que han sido capaces de digerir el lenguaje humano (expresado en sajón, catalán o árabe). Esas máquinas prodigiosas han adaptado sus diales y palancas, no en forma de círculos o cuadrados ideales, sino en forma de innumerables ejes autoajustados. Esas máquinas exigen cantidades masivas de energía y refrigeración para acarrear números infinitos en sus entrañas. Y que a través de esos números arábigos, simulan entender palabras como individuo, dados, libertad personal, vino, poesía, chochos o falacia lógica.  Quizá Llull comprendiera aterrorizado que esas máquinas no sirven para expresar a Dios. Sino que son Dios.

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