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Mostrando entradas de abril, 2013

Antigua luz. (John Banville).

Miramos, pensamos, sentimos. Nuestra mente dedica unos segundos a algún pensamiento o imagen y luego salta a otro. Alguno de esos fragmentos se convertirá en un recuerdo, que volverá a ser pensado, junto con otros. Ese flujo desordenado de breves películas, impulsos, frases, forma nuestra vida, insignificante y absurda. Así que, en cierto sentido, todo lo que conforma nuestra personalidad, nuestras pasiones, nuestra alma, no deja de ser una inestable colección de recuerdos. De breves chispazos dentro de un frágil caparazón. Somos peces de breve memoria, reinventándonos continuamente, cosiendo con los jirones del pasado nuevos jirones que se convierten, automáticamente, en pasado. Y la terrible certidumbre de que somos eso, eso nada más, nos atormenta. En una conversación mantenida en un bar cerca de Portovenere le dicen al narrador: "incluso aquí, en esta mesa, la luz que es la imagen de mis ojos tarda un tiempo, un tiempo ínfimo, infinitesimal, pero un tiempo, en llega

Días de pesca en Patagonia. 2012 (Carlos Sorin).

Todos experimentamos, de vez en cuando, la necesidad de transformarnos, de cambiar. De pronto, miramos atrás y con razón o sin ella, no nos gusta lo que vemos y queremos ser otros, de una vez y para siempre. Queremos, de golpe, parecernos a algún inviable modelo vital. Algunos quieren cambiar continuamente, reinventándose, reimaginándose. Otros pretendemos una improbable transformación cada cierto tiempo. En realidad, nunca lo conseguimos, porque la vida es única e indivisible, como una novela o una película. Solamente los más sabios la viven como una obra creativa que solo se comprende, vista, devorada, en su totalidad, como un cuadro impresionista o un chuletón. Esos sabios miran hacia atrás y ven sus tropiezos con cierta sonrisa comprensiva. El protagonista, el excelente actor Alejandro Awada , sabe sacar esa sonrisa en su intento de transformación. Y la complicidad que consigue con el espectador sostiene un argumento que tiende a quedarse vacío, hueco. Otro valor de

Falleció José Luis Sampedro en Madrid.

La noche del domingo al lunes fue fresca en Madrid. El invierno no quiere irse del todo. José Luis Sampedro moría en su casa de la capital. Al parecer, se fue plácida, luminosamente, rodeado de cariño y respeto. Yo también estaba esa noche en aquella ciudad desmesurada y siempre inquietante. Habíamos ido al Prado, al Museo del traje en la zona de la Complutense, al teatro. Supongo que algún muelle del alma se me debió torcer. Dada su relevancia pública, han optado por dar la noticia algún tiempo después, para tener cierta intimidad. No puedo evitar sentirme triste, un poco huérfano, un poco desorientado. Hemos citado a Sampedro en otras ocasiones en este blog, como cuando le dieron el Nacional deLiteratura.   En estos últimos años, su figura se ha ido agrandando. Ha actuado como icono ético de la nueva generación que está exigiendo cambios sustanciales en nuestra sociedad enferma. Sampedro, en sus conferencias , en sus libros reeditados, puso nombre a este gran naufragio. Sus