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Franco y Trujillo

Ayer cayó un chaparrón agradable que refrescó las calles de Santo Domingo. El agua corre hacia el malecón. La desmesurada capital de la República Dominicana, la primera ciudad de América, siempre mira al mar. Por ese mar, llegaron los antepasados españoles y los desgraciados antepasados africanos. Por ese mar, llegan de vez en cuando los invasores estadounidenses y los huracanes. 

Santo Domingo fue el principio de todo: desde allí salieron hacia tierra firme los  aventureros sedientos que conquistaron el mundo para el rey de las Españas, el primer puerto seguro, el primer fuerte a salvo de los pobres taínos que no podían entender el infierno que había venido de otro mundo, más frío y más oscuro. Santo Domingo fue la primera catedral, la primera universidad, la primera ciudad extremeña a miles de leguas de Extremadura, la primera casilla de la terrible partida de ajedrez que las potencias europeas jugaron en las Américas. A Santo Domingo, ruidosa, desordenada, sonriente, le cambiaron oficialmente el nombre: fue Ciudad Trujillo, en homenaje al dictador Rafael Leónidas Trujillo, desde 1936 hasta 1961. Ese año, después de que siete balas benditas se llevaran al chivo, recuperó su nombre original. 

Francisco Franco, por su parte, murió en una cama de hospital. El círculo familiar del gallego decidió que la fecha de su muerte fuera el 20 de noviembre, aunque seguramente ya estaba muerto unos días antes. Desde Santo Domingo, voy a comparar ambas figuras. Sus regímenes coincidieron unos 25 años. En algunas cosas, fueron hombres muy parecidos y en otras, muy distintos. Como lo son España y la República Dominicana.

Ambos encontraron un sentido a sus vidas en el ejército. Más que cualquier otra cosa, les guiaba el ansia de poder. Y qué mejor sitio para tener el poder que el ejército. Donde la fuerza bruta tiene su templo y su sede. Franco se hizo poderoso en el ejército de África, esa rareza que la España post imperial tuvo que sostener con una hemorragia de dineros públicos y de sangre de las clases populares. Trujillo se hizo poderoso en la Guardia Nacional, la banda que los estadounidenses dejaron para controlar su patio trasero. Buen perro al servicio de los amos poderosos, suspirando para que le echen algún hueso más, para que le dejen compartir la cama.

Ambos eran astutos, iban a lo suyo, incansables, dueños de sus silencios, Siempre mirando hacia arriba. Franco es comandante en 1917. Trujillo, teniente en 1919. Ambos inspiran a sus tropas una mezcla de terror y admiración. La suerte, la barakha,  siempre parece estar de su lado. Desprecian la vida humana, en especial la de las poblaciones a las que reprimen (los rifeños o los mineros asturianos y los campesinos dominicanos). Franco llega a general en 1926, cuando los militares africanos se imponen definitivamente a los militares peninsulares. Trujillo en 1927, cuando se van los gringos y lo dejan a cargo del corral. Ambos se han ido preocupando, pacientes, calculadores, de aupar a sus hermanos a puestos que serán claves en el futuro. Toda una generación de oficiales los consideran sus jefes naturales, sin necesidad de poderes civiles. En 1930, en un clima de terror generalizado, Trujillo toma el poder. En septiembre de 1936, Franco es nombrado jefe de los golpistas españoles. Una combinación de buena suerte (la muerte de Sanjurjo), de taimadas decisiones militares y la relación de su hermano Nicolás con los nazis, lo convierten en el gran señor de la guerra, a pesar de la desconfianza del resto de generales. Ambos dictadores se asegurarán un poder longevo, aplicando a sus opositores y enemigos las mismas tácticas de terror que han usado como oficiales de ejércitos de ocupación. 

A pesar de que ambos se nombran a sí mismos "Generalísimos", ninguno de ellos tiene una formación militar moderna. Ni idea de lo que puede ser la blitzkrieg o la estrategia. Pero sí que saben de fusilamientos, de terror táctico en la retaguardia, de lo importante que es ir repartiendo dolor y algunas migajas del botín para mantener el poder. Un poder que nunca cederán. Ni a los civiles, ni a los borbones. Porque ha sido la divina providencia la que se lo ha dado. Solamente, se trata de ir adivinando y satisfaciendo los deseos del señor embajador. 

Ambos se guían por una ideología sencilla, práctica: "los que discuten las jerarquías sociales y el poder, en especial el mío, son malos. Los que aceptan el estado natural de las cosas, y por tanto, mi poder, son tolerables." Es decir, ambos se sienten profundamente patriotas (la patria es la hacienda que hay que cuidar), subordinados a los USA, anticomunistas,  y católicos, al menos, en lo superficial. Porque ambos son bastante supersticiosos. Trujillo, de los oscuros ritos africanos, Franco, del bracito incorrupto de Santa Teresa. Ambos mencionan a menudo la "hispanidad", aunque no sepan demasiado bien a qué se refiere esa palabra, tan enorme y tan hermosa. Franco, melindroso, prudente, nunca cruzará el charco. A Trujillo le jode el paternalismo de los españoles.

Ninguno de los dos sabe nada de economía. Trujillo solo sabe de su economía y acaba apoderándose del país entero. Franco deja hacer a su círculo corrupto. Que roben; pero que no me molesten. Franco no es ambicioso. A diferencia de Trujillo, se conforma con algunas comodidades de nuevo rico. Creo que esa diferencia tiene que ver con otro aspecto importante de sus personalidades: Trujillo es un depredador insaciable: aspira a violar y a humillar a todas las niñas y mujeres que tiene cerca. Si pudiera, se hubiera follado hasta a doña Carmen Polo, la "Collares" en su visita a España de 1954. Manifiesta su poder absoluto a través de la violencia sexual. Franco es un hombre pequeño y  ligeramente afeminado, totalmente ajeno al sexo. Manifiesta su poder absoluto yendo bajo palio y acertando alguna quiniela que otra. 

Ambos líderes aceptan el hambre y la miseria de su pueblo como algo natural, culpa de la pertinaz sequía, del contubernio o de la indolencia de los negros, que ensucian el alma dominicana. Sin embargo, y a pesar de ellos, sus países experimentaron un fuerte crecimiento a partir de 1958. Cuando los tecnócratas españoles consiguen convencer a su excelencia de que no tome decisiones económicas. Y cuando la República Dominicana empieza a funcionar como una sola empresa vertical, propiedad familiar de los Trujillo, sustituyendo a la Cuba revolucionaria en la cadena trófica de la economía. 

El agujereado cuerpo de Trujillo, al que imagino muy carcomido por los gusanos y muy a disgusto con el frío de la meseta, acabó en el cementerio de Mingorrubio, en Madrid. A unos metros, está el panteón donde, desde 2019, también se archiva el cadáver de Franco. Imagino que también habrán rendido sus cuentas juntos. Se sorprenderán cuando vean que Dios no necesita traductor para juzgarlos.

 Sus sendas víctimas, España y la Española, madre e hija, tan desgraciadas, tan hermosas, siguen añorándose la una a la otra a cada lado del océano luminoso.



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