El viernes pasado fue un viernes cálido, silencioso, tranquilito. Me quede
en casa frente a la tele, cansado de todo el trabajo de la semana. Afortunadamente,
la tele pública aún se puede ver. Pero parece que la retrorrevolución también quiere
hacer sus cambios ahí. Ahora que la chusma está como atontada es cuando todo
puede ser reformado, cuando las cosas volverán a ser como Dios manda, cuando
todos los viejos y rancios deseos podrán hacerse realidad…
En fin…vi "Crimen perfecto", de Andrew Davis (1998), un remake de
una de las obras maestras de Hitchcock. Esta versión no es tan buena como el
original; pero entretiene. El Michael Douglas y el Mortensen son creíbles. Más
desubicada veo a la Gwyneth Paltrow. Con las cosas que le pasan y solo cambia
de cara cuando yace con Vigo.
En la peli reconocí numerosos lugares de Nueva York: Washington Square, el
ferry a Staten Island, etc. Me acordaba de cuando le contaba a Glenn, de
Brooklyn, que era difícil para nosotros, los turistas, asumir que Nueva York es
una ciudad normal, que no es un inmenso escenario, dispuesto para nosotros. Es
difícil comprender que esos decorados que hemos visto desde la infancia son un
sitio con basura de verdad, con taxis de verdad, con violadores y cucarachas,
con alcantarillas que emanan vapor entre los rascacielos y donde hay gente muy
rica y muy pobre y las armas de los policías que protegen la riqueza de gente
como los personajes de Douglas y Platrow están cargadas con balas reales, de
las que matan.
Disfruté el thriller y me fastidió mucho que el crimen perfecto al final no
fuera tan perfecto, que es lo que suele pasar. ¿Por qué nos gustan tanto las
historias de asesinos planificadores y sutiles? Muchos autores ya advirtieron
esto y cambiaron el enfoque de la cámara, pues, en cierto modo, todos nos
ponemos de parte del malo. La reina del género fue la Highsmith y su insuperable
Ripley. Nos deleita ver que el malvado puede salirse con la suya, gracias a su
maligna inteligencia ¿Dónde está el encanto de que el mal triunfe?
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