Miramos, pensamos, sentimos. Nuestra mente dedica unos segundos a algún pensamiento o imagen y luego salta a otro. Alguno de esos fragmentos se convertirá en un recuerdo, que volverá a ser pensado, junto con otros. Ese flujo desordenado de breves películas, impulsos, frases, forma nuestra vida, insignificante y absurda. Así que, en cierto sentido, todo lo que conforma nuestra personalidad, nuestras pasiones, nuestra alma, no deja de ser una inestable colección de recuerdos. De breves chispazos dentro de un frágil caparazón. Somos peces de breve memoria, reinventándonos continuamente, cosiendo con los jirones del pasado nuevos jirones que se convierten, automáticamente, en pasado. Y la terrible certidumbre de que somos eso, eso nada más, nos atormenta. En una conversación mantenida en un bar cerca de Portovenere le dicen al narrador: "incluso aquí, en esta mesa, la luz que es la imagen de mis ojos tarda un tiempo, un tiempo ínfimo, infinitesimal, pero un tiempo, en llega...