Después de un mes y medio de afanes y prisas, de banquetes y
siestas, de eventos eventuales y de contratos para siempre, de lifaras y
gaupasas, de viajes a ciudades-tienda y a ciudades-restaurante, me obligo por
fin, un poco más gordo y un poco más viejo, a reseñar lo poco que hemos
visto-leído en ese largo y cansado tiempo navideño.
Con los muchachos vimos dos pelis
de las que suelen estrenar en vacaciones. La primera fue “Canta” (“Sing”).
Dibujos animados de animalitos que compiten en un concurso de talentos
musicales. Entretenida y bien hecha, aunque los personajes eran un poco planos.
A los sobrinos les gustó mucho. Me llamó la atención la naturalidad con que
llevan lo de los concursos, con mucha competencia, perdedores, ganadores y
final feliz. Desde pequeños han visto en la tele todopoderosa concursos de
sabios, de cocina, de baile, de rarezas, de putas y proxenetas y de cantantes. El
concurso de la vida es más terrible y todavía no lo saben.
También vimos “Rogue one”, la
entrega 2016 de la franquicia “Star wars”. Tuve que buscar en algún diccionario
web que “Rogue” significa pícaro. Es el nombre que le dan a la nave que les
lleva y les trae en sus espaciales idas y venidas sin objeto, sin gracia y sin
picaresca. Ya reseñamos aquí, el año pasado, la primera de la Disney. Parece que la cosa está cada vez más
desdibujada, edulcorada y muerta, aunque las batallitas parezcan de verdad, es
decir, de videojuego. A mí solo me interesaba cómo conseguirían meter la trama
en la saga general y han optado por lo de los “argumentos paralelos”. Que Dios
les perdone.
Aprovechando algunos viajes de
tren, me leí un libro que me trajo Papá Noel: “El silencio de la ciudad blanca”
de Eva García Saenz de Urturi, un grueso volumen con una
historia tremebunda y exagerada de crímenes en serie, cuyas víctimas son
vitorianos de Vitoria, de esos con apellidos compuestos, abuelos carlistas y
privilegios fiscales.
En las primeras treinta páginas ya llevábamos media
docena de muertos. Para el primer polvo hubo que esperar unas doscientas. En la
página cuatrocientos, seguía sin creerme nada. Eso sí, muy entretenido y con
ganas de que pillaran al malo malísimo que había dado tanto que hablar. Si
hubiera un género así, diría que es novela negra-rosa.
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