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Presentes

Solamente existen dos cosas: la vida y la muerte. La muerte es el segundo principio de la termodinámica, dominante, omnipresente, invencible. La vida es la lucha absurda, desesperada, contra ese principio. Es la excepción, lo heroico, la guerra que se libra sabiendo que se va a perder. La vida son los pimientos de Padrón, mi sobrino saltando las dulces olas del mar Mediterráneo, Francella haciendo de Sandoval en un juzgado oscuro de Buenos Aires, mamándose como un boludo mientras tiene ideas deslumbrantes.

A veces, hay más vida y a veces, hay más muerte. Últimamente, nosotros hemos tenido algo más de lo segundo. Murió un primo de Merche de Albacete. Tenía ilusión por viajar y por hacer fotos a la vida, mientras que el cáncer lo iba derrotando, después de una guerra de cinco años de tratamientos, pruebas, dolores, experimentos, viajes a Madrid, más contra experimentos y más dolores. Pero ese hombretón y su retranca seguirán viviendo. En los mejores diálogos de Muchachada Nui está su castellano ingenioso, riéndose de la hipocresía de las beatas de los pueblos y de la hipocresía de los hipócritas, con su acento rápido y su vocabulario sagaz. Y será la vida la que vencerá, a través del humor de nuestro idioma agudo y vivo.

Murió, en un accidente de coche, un muchacho sonriente del Rincón de Ademuz. Fuimos allí a llorar. Pero los chopos, indiferentes, nos rociaban con su primaveral semilla blanca, lujuriosos, gamberros. Esos álamos masturbatorios crecen fuertes, regados por el agua inacabable del Turia y del Ebrón. Son la vida y se ríen del maldito azar, mientras mi camarada lloraba. Lloras cuando pierdes un hermano. Mientras, esos chopos cabrones celebran cada una de esas hermosas tardes de mayo de clima suave, eyaculando. En el entierro, el imbécil del cura, pensando que éramos beatas, nos habló de los hechos de los apóstoles y de si había que circuncidar a los gentiles o no. Pensé que a los que habría que circuncidar es a los curas. 

El muchacho sonriente se quedó en un cementerio pequeño, cuajado de apellidos aragoneses, los suyos, que se repetían una y otra vez. Pero con las mejores vistas del mundo. Las montañas del Rincón. Y más allá, Javalambre, el djebel hambr de los moros, el macizo rojo,  la montaña que existía antes de la vida. Los demás nos quedamos sin respuestas, ante la soledad, ante el dolor brutal de nuestros amigos, desolados a orillas del gran silencio, que dijo el poeta. Y hablando de poesía, Tomás no perdió su apetito. Pero fue un día oscuro a pesar de la luz tan hermosa que había en esas montañas hermosas. 

La vida del muchacho sonriente seguirá en los libros que escribió sobre el cine acerca de los campos nazis y sus víctimas circuncidadas. Y en cada tarde de primavera, con ese clima privilegiado del Rincón, la vida seguirá. Las cabras seguirán paseándose, libres y vivas, entre esos cerros aragoneses que también son valencianos, donde hubo guerrilleros, a los que les importaba una mierda la entropía del segundo principio de la termodinámica, porque estaban luchando una guerra de cinco años que sabían que iban a perder; pero también sabían que la vida, finalmente, vencería.

Paco Cerdà (Genovés, 1985) ha ido mejorando en cada libro. Lo conocimos, obviamente, por su libro sobre Arturito Pomar, el triste niño prodigio del ajedrez en la España triste de Franco. Incluso, pudimos entrevistarlo en la radio. También leímos y disfrutamos "Los últimos. Voces de la Laponia española", sobre la despoblación de la España interior. Pero ahora ha subido a otro nivel, por tema y por estilo.

Su último libro "Presentes", trata, de forma precisa e inteligente, sobre la muerte y sobre los adoradores de la muerte. Desde el 20 de noviembre de 1939 y durante 10 días, los restos de José Antonio Primo de Rivera fueron trasladados, a hombros de los falangistas, desde Alicante hasta El Escorial. Nocturno espectáculo de antorchas, con el sagrado ataúd de iglesia en iglesia, con curas imbéciles rezando en latín, con hipócritas beatas asustadas, con los nuevos prosélitos de la religión de la muerte luciendo la camisa azul mahón, con las viudas rapadas y violadas escondidas detrás de las puertas, con los viva la muerte y los muera la vida, rompiendo el silencio sobrecogedor de un país desolado, mientras los perseguidos empezaban a subir hacia Javalambre y a organizarse. La mudanza fue la gran manifestación del victorioso fascismo español. Que quedara claro quién había ganado y sobre todo, quién había perdido. Cerdà aprovecha la cronología de la exaltación y el traslado del "Ausente" para describir la tragedia, el hambre, el exilio, la muerte de la muerte, la guerra de verdad que empezaba en Europa. Usa una técnica cada vez más depurada, un párrafo por imagen, adjetivos certeros, para comentar el hecho exacto que ha documentado, el nombre real, la tragedia real, la vida real. No se pierdan este libro duro y necesario sobre la muerte.

Aunque enterraran a José Antonio en el altar mayor de la capilla de los Reyes del Escorial junto a los austrias gloriosos y los ridículos borbones, no pasó de ser otra víctima más de la fiesta de la muerte. El generalote africano que se hizo con el poder necesitaba dos cosas: asesinos y torturadores para apaciguar la retaguardia del país conquistado y el rostro fotogénico de José Antonio para poder poner un retrato viril junto al de su ridícula carita rechoncha. Había que adornar las ruinas de aquella cabila sin maestros y sin pan en la que los novios de la muerte habían convertido España. En los 30, José Antonio había organizado un minoritario partido de señoritos exaltados que leían poemas en alemán y en italiano, en los que ya se intuían los campos de la muerte sobre los que escribió el muchacho sonriente del Rincón. Aquel fascismo incipiente no hubiera pasado de ser una nota al pie de página de la áspera historia de la España contemporánea. Alvisé sacó 3 eurodiputados, los falangistas, ninguno. José Antonio solo quería defender la memoria de su padre, un dictador putero y ludópata y los señoritos solo querían mantener sus privilegios de casta, frente a los jornaleros que estaban aprendiendo a leer, los muy cabrones. Pero cuando empezó el carnaval de la muerte, a los fascistas madrileños les tocó poner la carne y los cuchillos. Las masas fueron a por ellos. Y los señoritos que sobrevivieron se vengaron, depurando al país con aceite de ricino y tiros de gracia. Convirtieron a España en la España plana que la entropía quería. Ya he escrito que José Antonio amaba a España y despreciaba a los españoles. A aquellos fascistas les tocó convertirse en la muerte por la que tanto abogaban. Y aquí también hubo sitios como Buchenwald o Ravensbrück. José Antonio, hijo de militar, conocía bien a los militares africanos, y predijo que Franquito, el que siempre iba a lo suyito, vaciaría de contenido su ideología y la convertiría en un contrato de alquiler perpetuo, de renta antigua, con derecho de tanteo, escrito con sangre.

Ahora volvemos a ver antorchas que celebran la muerte, pintadas que amenazan de muerte, fascistas disfrazados de periodistas predicando muerte, críos que no saben nada repitiendo lo que han escuchado en TikTok sobre lo buenos que eran los sacerdotes de la muerte. Odian la diferencia, quieren ajustar cuentas con la excepción, con la paradoja inteligente que es la vida. Son el pasado. Como ha escrito hoy en "El Pais", Pablo Batalla: "No nos acecha un dóberman, sino un dinosaurio con hambre atrasada".

Pero la vida quiere vivir. Lo dijo Pepe Mujica: "Todas las cosas vivas están hechas como para pelear por vivir: desde un yuyo, a una rana, a nosotros." Y pelearemos por la vida contra los partidarios de la muerte. Porque la vida es hermosa. Y porque la queremos vivir en este país de primaveras amables, en este país con los mejores cocineros y oncólogos del mundo. Y no dejaremos que triunfe su muerte. Porque ahora lo sabemos y no tenemos ninguna duda: esta tierra de montañas orgullosas por donde corren, libres y vivas, las cabras, esta península con mares de olas dulces es nuestra, no es de los fascistas, no es de los dinosaurios, y además, está puesta, como dijo el viejo Mujica, para darle sabor a nuestra vida, sea corta o larga.


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