Lamento no haber viajado más y no haber leído
más novela negra. Lo primero es difícil de reparar. Tempus fugit. Respecto
a lo segundo, se hace lo que se puede. En mayo, leí dos novelas que
reseño juntas. Aunque sé que las comparaciones son odiosas.
Antes de que le
dieran el Princesa de Asturias, disfruté muchísimo “El hombre de los círculos
azules”, de la francesa Fred Vargas. La arqueóloga e historiadora Frédérique
Audouin-Rouzeau ha publicado bajo ese seudónimo dos series de novelas: “los tres evangelistas” y el comisario Adamsberg. “El hombre de
los círculos azules” (1991) fue el primer caso parisino de Adamsberg,
un hombre menudo y callado, que no aplica ningún método a su investigación;
pero que barrunta la crueldad y el mal. Los personajes, extraños y únicos, se
mueven por la historia como consumados actores. Juegan entre ellos y el lector sabe
que la escritora está jugando con él a través de sus diálogos casi
surrealistas, de sus idas y venidas, de sus profundidades. A Merche le conté
que me pareció excelente como una escritora captaba tan bien la psicología
masculina. Cuando, febril, llegué a las últimas páginas y a la resolución única
y perfectamente lógica, casi matemática, de los crímenes, comprendí donde había
nacido esa percepción. Supe que había leído una gran novela. Y que el tiempo se
había parado un poco. Y que la literatura hacía la vida un poco menos mala. Ya
tengo otra de la Vargas en la mesita.
La segunda novela, “Aguacero”
(2016) también es un debut. El novel Luis Roso nos presenta al inspector
Ernesto Trevejo, policía a mediados de los 50, en aquella España hambrienta y
herida, comida de garrapatas. El personaje y la historia aportan algunos
hallazgos interesantes: la trama transcurre alrededor de la
construcción de un pantano. Ya sabrán ustedes que "Franco hacía pantanos" (sic). El inspector deja su Madrid habitual y tiene que ir
a un mundo rural donde los sonidos de la guerra y de la represión todavía
resuenan. La división entre clases y entre vencedores y vencidos marca la historia.
Sin embargo, la novela no me convenció del todo. Me lleve la sensación de que el
decorado parecía un poco falso. Y que la trama se resolvía ex machina, algo que
lastra cualquier novela del género. Varias líneas argumentales que se apuntaban
en el planteamiento, como la corrupción generalizada de aquellos años, se desaprovechaban
después. Solo quedaban en la foto los niños hambrientos y descalzos. El protagonista me pareció demasiado plano y previsible. Con todo,
quizá tengamos que darle una nueva oportunidad al Roso, que ha publicado
recientemente una segunda entrega de la serie.
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