Una compañera de trabajo me contó que, en el hotel donde nos alojamos, en una de sus primeras estancias, había visto a Vargas Llosa. Cuando empecé a leer esta novela certera y dolorosa, entendí que el nobel peruano, precisamente, se había inspirado en el Crowne o en el cercano Jaragua para el principio de la historia. Me emocioné. La literatura, la gran literatura, se llevó todo mi aburrimiento por delante y me regaló tres mañanas luminosas y plenas. La narradora, Urania Cabral, vuelve a Santo Domingo y está alojada en una de esas torres que miran al Caribe, ese mar tan hermoso, tan ajeno al ruido y al humo del tráfico -"tránsito"- en el Malecón, avenida George Washington, Distrito Nacional, República Dominicana. ¿Debemos llevar a los viajes algún libro que transcurra en el sitio al que se viaja? O más bien, ¿algo sobre las antípodas? ¿Algo que no tenga nada que ver con nuestro destino? O incluso, ¿debemos leer en los viajes? La realidad, el calor, los sonidos, los sabore...