Ya habíamos reseñado aquí un libro anterior del periodista de La Costera. Gracias a Rafa, en el programa de Alzira Ràdio: "Negras o blancas" del 18/05/2020, tuvimos la suerte de poder conversar con Paco Cerdá sobre su último libro "El Peón". El interés del libro va más allá del ajedrez, por ello lo reseño fuera de la serie que dedico al programa.
"El peón" usa la larga partida de ajedrez del Interzonal de Estocolmo (1962) entre Bobby Fischer y Arturo (Arturito) Pomar como hilo conductor de una serie de escenas biográficas. Esa técnica narrativa se ha usado muchas veces; pero Cerdá la hace fácil, sutil, legible incluso para el que no sepa nada de ajedrez. Pomar fue el niño prodigio español. El régimen lo usó como herramienta propagandística (No-Do, recepción en El Pardo, sesiones infinitas de partidas simultáneas). Era el pobre remiendo de la imagen maltrecha de un país periférico. Como tantos otros niños prodigio, se quedó en eso. Sin soporte económico, sin apoyo en un país atrasado y hambriento, llegó a jugar a mucho nivel; pero no pudo cumplir las expectativas que en él se habían depositado. Fue un juguete roto. Un peón. Fischer también fue un peón de la propaganda estadounidense durante la guerra fría. Otro juguete roto. Dos peones, en manos de otros. En esa metáfora se basa el libro: todos somos peones, piezas que otros mueven, en días blancos y noches negras, y acabaremos todos juntos en una caja al final de la partida (peones, torres y reyes) según la célebre imagen del Rubayat de Omar Khayam.
Y además de los ajedrecistas, podemos ver escenas de otros peones, de otras vidas: pilotos de aviones espías derribados durante esa época convulsa, espías intercambiados en el puente Glienicker, que visité hace unos años. Vemos luchadores por los derechos de los negros en USA (James Meredith, Robert Williams) y luchadores antifranquistas (Marcos Ana). Peones que se sacrifican. O peones que son fuertes cuando avanzan juntos (los mineros de la Mina Nicolasa). La gente común, las gentes comunes, verdaderos protagonistas de la historia. Como dijo Philidor "Los peones son el alma del ajedrez".
"El peón" usa la larga partida de ajedrez del Interzonal de Estocolmo (1962) entre Bobby Fischer y Arturo (Arturito) Pomar como hilo conductor de una serie de escenas biográficas. Esa técnica narrativa se ha usado muchas veces; pero Cerdá la hace fácil, sutil, legible incluso para el que no sepa nada de ajedrez. Pomar fue el niño prodigio español. El régimen lo usó como herramienta propagandística (No-Do, recepción en El Pardo, sesiones infinitas de partidas simultáneas). Era el pobre remiendo de la imagen maltrecha de un país periférico. Como tantos otros niños prodigio, se quedó en eso. Sin soporte económico, sin apoyo en un país atrasado y hambriento, llegó a jugar a mucho nivel; pero no pudo cumplir las expectativas que en él se habían depositado. Fue un juguete roto. Un peón. Fischer también fue un peón de la propaganda estadounidense durante la guerra fría. Otro juguete roto. Dos peones, en manos de otros. En esa metáfora se basa el libro: todos somos peones, piezas que otros mueven, en días blancos y noches negras, y acabaremos todos juntos en una caja al final de la partida (peones, torres y reyes) según la célebre imagen del Rubayat de Omar Khayam.
Y además de los ajedrecistas, podemos ver escenas de otros peones, de otras vidas: pilotos de aviones espías derribados durante esa época convulsa, espías intercambiados en el puente Glienicker, que visité hace unos años. Vemos luchadores por los derechos de los negros en USA (James Meredith, Robert Williams) y luchadores antifranquistas (Marcos Ana). Peones que se sacrifican. O peones que son fuertes cuando avanzan juntos (los mineros de la Mina Nicolasa). La gente común, las gentes comunes, verdaderos protagonistas de la historia. Como dijo Philidor "Los peones son el alma del ajedrez".
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