Durante muchos años, en el dintel de la puerta del balcón, tuve colgadas dos máscaras quiché. Representan dos animales salvajes: fieros, poderosos. Las compré hace una vida en el mercado de Chichicastenango. Y las he visto en la portada de esta edición de Alfaguara, basada en un diseño de Enric Satué.
En junio de 1954, los U.S.A. atacaron Guatemala con un ejército de mercenarios y derrocaron al presidente elegido democráticamente: Jacobo Arbenz. Concluía así la gigantesca campaña de acoso a la que habían sometido a la república centroamericana. El delito de Arbenz: pretender la modernización de Guatemala cobrando impuestos a la United Fruit, construyendo escuelas y carreteras públicas y repartiendo tierras ociosas a los indígenas. Contra Arbenz se coaligaron la típica colección de psicópatas y oportunistas que huelen a sangre. Del mismo modo que al león le sigue un ejército de carroñeros, a la frutera le acompañaban en el golpe varios hijos de puta, de los malos- malos: Somoza de Nicaragua y Trujillo de la República Dominicana, animalejos pequeños a la espera de que les echaran algún despojo los animales grandes, los de las máscaras. Después de aquello, millones de personas en Latinoamérica, entre ellos el doctor Ernesto Guevara, que vagabundeaba por Ciudad de Guatemala, comprendieron que no se podía esperar nada del Norte. Si los países no eran soberanos, ni siquera para mejorar el sistema capitalista, si el interés de unos pocos accionistas en un país lejano, determinaba la desgracia y la miseria de países enteros... ¿Qué camino quedaba? Se inició así un ciclo de violencia y de guerra (en Guatemala y en toda la región) que todavía no ha acabado.
Quizá en este mismo momento, alguien en algún consejo de administración está pensado que hay que asustar a esos presidentes ingenuos que pretenden cobrar impuestos a Google o a Amazon para hacer carreteras públicas y pagar pensiones. Quizá ya hay algún psicópata, de esos que inventan bulos, que sueña con torturas y violaciones en la gran revancha de los golpes del futuro.
La útima novela del Nóbel cuenta ese golpe y el posterior magnicido del generalote invasor: Castillo Armas. Al igual que en "La fiesta del chivo", la novela usa ese magnicidio y una figura femenina central: Marta Borrero (de nombre real, Gloria Bolaño), amante (o puta) de varios de los protagonistas. La vida de Marta hace de eje de las distintas espirales cronólogicas que avanzan y retroceden, hasta llegar a la actualidad: cuando el propio autor entrevista a Marta en los U.S.A. Parece que Vargas Llosa quedó tan impresionado por los personajes que investigó y recreó para la grandiosa "La fiesta del chivo", que sigue echando mano de ellos: en especial del torturador y asesino Abbes García, que reaparece en "Tiempos recios". Aunque quizá esta ficción histórica no está a la altura ni de "La fiesta del chivo" ni de las grandes obras del peruano, es otra novela imprescindible para entender la historia de aquel paraíso que devino infierno.
En junio de 1954, los U.S.A. atacaron Guatemala con un ejército de mercenarios y derrocaron al presidente elegido democráticamente: Jacobo Arbenz. Concluía así la gigantesca campaña de acoso a la que habían sometido a la república centroamericana. El delito de Arbenz: pretender la modernización de Guatemala cobrando impuestos a la United Fruit, construyendo escuelas y carreteras públicas y repartiendo tierras ociosas a los indígenas. Contra Arbenz se coaligaron la típica colección de psicópatas y oportunistas que huelen a sangre. Del mismo modo que al león le sigue un ejército de carroñeros, a la frutera le acompañaban en el golpe varios hijos de puta, de los malos- malos: Somoza de Nicaragua y Trujillo de la República Dominicana, animalejos pequeños a la espera de que les echaran algún despojo los animales grandes, los de las máscaras. Después de aquello, millones de personas en Latinoamérica, entre ellos el doctor Ernesto Guevara, que vagabundeaba por Ciudad de Guatemala, comprendieron que no se podía esperar nada del Norte. Si los países no eran soberanos, ni siquera para mejorar el sistema capitalista, si el interés de unos pocos accionistas en un país lejano, determinaba la desgracia y la miseria de países enteros... ¿Qué camino quedaba? Se inició así un ciclo de violencia y de guerra (en Guatemala y en toda la región) que todavía no ha acabado.
Quizá en este mismo momento, alguien en algún consejo de administración está pensado que hay que asustar a esos presidentes ingenuos que pretenden cobrar impuestos a Google o a Amazon para hacer carreteras públicas y pagar pensiones. Quizá ya hay algún psicópata, de esos que inventan bulos, que sueña con torturas y violaciones en la gran revancha de los golpes del futuro.
La útima novela del Nóbel cuenta ese golpe y el posterior magnicido del generalote invasor: Castillo Armas. Al igual que en "La fiesta del chivo", la novela usa ese magnicidio y una figura femenina central: Marta Borrero (de nombre real, Gloria Bolaño), amante (o puta) de varios de los protagonistas. La vida de Marta hace de eje de las distintas espirales cronólogicas que avanzan y retroceden, hasta llegar a la actualidad: cuando el propio autor entrevista a Marta en los U.S.A. Parece que Vargas Llosa quedó tan impresionado por los personajes que investigó y recreó para la grandiosa "La fiesta del chivo", que sigue echando mano de ellos: en especial del torturador y asesino Abbes García, que reaparece en "Tiempos recios". Aunque quizá esta ficción histórica no está a la altura ni de "La fiesta del chivo" ni de las grandes obras del peruano, es otra novela imprescindible para entender la historia de aquel paraíso que devino infierno.
Comentarios