Para huir del calor de julio y de la soledad, me metí en los cines Lys. Solamente pude escapar de lo primero.
Me llamó la atención que, delante de mí, en la cola, dos grupos diferentes (uno de erasmus y otro de turistas propiamente dichos) preguntaran si había pelis en versión original. Mala suerte, guiris, esto es Valencia y aquí todo es en español. Bueno, hace unos días, el Partido decretó que vamos a ser trilingües. Y mañana buen tiempo.
En cuanto vi los primeros planos comprendí porque había elegido la última de Woody Allen: por nostalgia de los días vividos allí con mis chicas, por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. París, París... Me he quedado boquiabierto cuando he comprendido que la peli trataba precisamente de eso, del recuerdo que se desvanece, de lo vivido, de lo que se imagina haber vivido, haber amado. El protagonista, Owen Wilson, añora un tiempo ya perdido: el París de entreguerras, la ciudad nocturna y libre de Hemingway, de Fitzgerald, de los surrealistas.
A pesar de que todo indica que se trata de un encargo para promocionar París, “el lugar más feliz del universo” dicen en la peli, y a su personificación, Carla Bruni (en el reparto), en un modo parecido a lo que hizo “Vicky Cristina Barcelona”, aquí el gran Woody se ha esforzado más. Ha construido un guión juguetón pero creíble que soporta una comedia hermosa y limpia, adornada con unas preciosas Rachel McAdams y Marion Cotillard. Y es que digan lo que digan los catalanes, entre París y Barcelona la única diferencia no es el Sena.
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Y aún con todo, al final prevalece el sentimiento de que Paris siempre será París y sus calles siempre contarán cien historias, incluida la del protagonista en el año 2010 o la cualquiera de nosotros que hayamos estado en esa ciudad prodigiosa.