Recuerdo con ternura cuando leía "Guerra y paz", dos tomos que saqué de la biblioteca de Mislata. Aquella saga familiar durante la invasión napoleónica, entreverada de las reflexiones del gran Tolstoi, el alma rusa, el principio del XIX, en las largas tardes de la adolescencia. Por aquel entonces, yo aún creía que todo estaba en los libros.
Muchos años después, demasiados, he leído la novela de Grossman, que pasa por ser la réplica de la anterior para el XX. Adopta la misma estructura formal: un momento histórico: la batalla de Stalingrado y una familia como protagonista: los Shaposhnikov (o mejor dicho, las Shaposhnikova), cuyos miembros están repartidos a lo largo y ancho de la inmensa geografía soviética, a ambos lados del frente. Pero "Vida y destino" es algo mucho más brutal y conmovedor. No puede ser de otra manera, ya que su escenario es el colosal enfrentamiento entre los dos estados todopoderosos que encarnaban las terribles ideologías totalitarias que han marcado el siglo.
Aunque “Vida y destino” gira alrededor de un punto focal que es la batalla de Stalingrado (he ido releyendo simultáneamente el clásico de Beevor para situarme mejor), no es una novela sobre la guerra. Es una novela sobre el ser humano ante la devastación y la negación absoluta. Esta historia coral visita los campos soviéticos donde perecen los asombrados bolcheviques que gimen “no era esto, no era esto”, los campos nazis, donde los untermensch son gaseados con satánica eficiencia, los escombros de la ciudad-infierno-mito, donde un soldado vale menos que el fusil que lo mata, los laboratorios de más allá de los Urales, donde mezquinos científicos inventan la muerte a cambio de cupones de comida, siempre con miedo de que les recuerden su origen judío o pequeñoburgués. Me asombra lo fácil que es decirlo, pero en Stalingrado murieron millón y medio de personas. Y durante la guerra, en la Unión Soviética, del orden de 22 millones.
“Vida y destino” es un viaje meticuloso a las mil esquinas del horror, ese horror donde el ser humano se desvanece en nombre de la ideología o de la raza y los más sádicos y abyectos crímenes se convierten en heroicos actos de servicio al partido o la patria. No es exagerado decir que esta novela, finalizada en 1959; pero publicada en Suiza en 1980 a causa de la censura, es la gran crónica del siglo. Ante la magnitud de lo narrado, podría decir aquello de "¿qué son mis penas y mis anhelos personales comparadas con esto?" pero precisamente el mensaje de la novela es que lo que es valioso, en última instancia, son las penas y los anhelos personales por encima de abstracciones que llevan, que llevaron, a la muerte y a la nada.
Comentarios