Tres son los Reverte del panorama
editorial español (en español). El más célebre es el académico Pérez-Reverte,
cuyas obras no me interesan demasiado y cuyos celebrados artículos de prensa me
suenan repetidos y estériles. Los otros dos son los hermanos Jorge y Javier Martínez Reverte.
Durante la semana de la última
huelga general, leí “La furia y el silencio”. En ella, Jorge Martínez Reverte cuenta
los acontecimientos de la primavera de 1962, cuando los mineros de Asturias se
pusieron en huelga. Usa la misma técnica historiográfica que en “La Batalla del
Ebro”, quizá su obra más ambiciosa. Acumula testimonios orales, extractos de
documentos y breves descripciones sin más orden que el cronológico. Se abstiene
de plantear explícitamente esquemas generales o de organizar toda la
información de acuerdo a una pauta ideológica. Aunque en la selección de los
testimonios o en los entrecomillados de los documentos hay un evidente (e
inevitable) sesgo ideológico. Consigue así un mosaico colorido y liviano de
leer, que acaba dejando una buena visión de conjunto y una sensación de
cercanía a los protagonistas (humanos) de los acontecimientos (históricos).
En 1962, el franquismo estaba
reinventándose. El fracaso de la autarquía fascista había hecho necesaria la
cesión del poder a los tecnócratas del entorno del Opus, que estaban intentando
adecuar las estructuras económicas a las del capitalismo estrictu sensu. Con
todo, aun quedaban amplios sectores intervenidos o subvencionados, como el del
carbón o el de la industria pesada.
Los bajos salarios de los mineros
asturianos, unidos a unas condiciones de trabajo que no habían cambiado desde
principios del XX, fueron la chispa que encendió la hoguera de la huelga. La
potencia y extensión de la protesta, que tuvo un origen exclusivamente laboral,
sorprendió a todos. Al régimen, que no pudo sofocarla a pesar de las hostias y
de las torturas, al PCE, la única organización opositora de cierta importancia,
al sindicalismo vertical, que dejó de tener función alguna en el sistema, y a
las empresas, que intentaron ahogarla por hambre y al final, tuvieron que ceder
en algunas de las reivindicaciones.
Una vez más, la organización
autónoma de las bases, que usaron una estrategia combinada de brazos caídos,
apoyo mutuo y paralización de la actividad económica, superó ampliamente
cualquier estrategia de los aparatos. La dictadura, brutal y violenta, sin
entender nada o casi nada, necesitaba
culpar al contubernio de que los picadores no volvieran al pozo, de que
cada vez más “productores” de Vizcaya se unieran a la huelga, y de que por las
noches, a pesar del toque de queda, los estudiantes de Madrid cantaran el
“Asturias, patria querida”.
No sé porqué me puse a leer
durante esos días este librito. No hay ninguna relación entre aquellos
acontecimientos y los que vivimos actualmente. El otro día también estuve en
las manis del 12-M. Aquella sociedad y la nuestra no se parecen en nada. Los
problemas de aquellos mineros y los del mundo del trabajo actual no se parecen
en nada. …o sí?
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