El pasado fin de semana fue asqueroso. El viento de poniente traía las cenizas y el olor de los incendios masivos en el interior de Valencia. Algunos de los mejores bosques mediterráneos desaparecían en minutos, para siempre. El cielo aparecía amarillo. La tarde era tremendamente cálida. Mi generación ya no volverá a ver esos pinos y esas sabinas. Algunos de los bosques que crucé en Colorado también estaban ardiendo, al otro lado del mundo, de nuestro pequeño mundo. Canal 9 insistía que el fuego de aquí era inevitable y que no tenía nada que ver con los recortes en prevención de los últimos 4 años. La ciudad estaba triste y briznas negras flotaban en la tarde del sábado caluroso. Murió un piloto.
La semana anterior había estado en la presentación de este pequeño libro. Su autor, Ricardo Almenar es un biólogo dedicado a lo de la sostenibilidad. Mal trabajo en esta tierra donde se decidió vender el territorio para pagar las fiestas. Almenar parece un tipo lúcido y sabio, de verbo fácil, y que sabe de bastantes temas. Obviamente, no es profesor en la universidad.
El libro, una obrita breve; pero concentrada, pone nombres a algunos del conceptos que flotan en la literatura sobre el tema. Plantea la siguiente dualidad: hay dos modos políticos-psicológicos-económicos-culturales de ver el mundo: como un mundo inagotable o como un mundo finito. A la primera manera, que recoge el concepto de "la economía del cow-boy" la llama el autor "el mundo-océano", donde se puede crecer indefinidamente o esconder la basura y cambiarse de sitio (lo hicieron en un capítulo de los Simpson). A la segunda manera, que recoge el concepto de "la economía del astronauta" la llama el autor "el mundo-isla", con recursos limitados, sin posibilidad de expansión.
La humanidad, en los tres últimos siglos, ha vivido de acuerdo al concepto de mundo-océano. Siempre había una frontera que conquistar, manteniendo así la expansión continua de la economía y de la población. Asociada a esta idea, está la de la mejora continua e inevitable de la vida humana. Algo que sabemos que es falso, como muchos ejemplos históricos muestran (Almenar comienza la obra con la expansión polinesia, que también había estudiado Diamond, al que ya reseñamos hace un tiempo). La posibilidad del crecimiento permanente justificaba las desigualdades, la competencia y está en el alma misma del sistema (comprar-trabajar-comprar). Pero es evidente que estamos alcanzando (si no lo hemos ya) los límites del entorno. Tanto a los optimistas como a los pesimistas, les recomiendo vivamente este librito de la editorial Icaria.
La semana anterior había estado en la presentación de este pequeño libro. Su autor, Ricardo Almenar es un biólogo dedicado a lo de la sostenibilidad. Mal trabajo en esta tierra donde se decidió vender el territorio para pagar las fiestas. Almenar parece un tipo lúcido y sabio, de verbo fácil, y que sabe de bastantes temas. Obviamente, no es profesor en la universidad.
El libro, una obrita breve; pero concentrada, pone nombres a algunos del conceptos que flotan en la literatura sobre el tema. Plantea la siguiente dualidad: hay dos modos políticos-psicológicos-económicos-culturales de ver el mundo: como un mundo inagotable o como un mundo finito. A la primera manera, que recoge el concepto de "la economía del cow-boy" la llama el autor "el mundo-océano", donde se puede crecer indefinidamente o esconder la basura y cambiarse de sitio (lo hicieron en un capítulo de los Simpson). A la segunda manera, que recoge el concepto de "la economía del astronauta" la llama el autor "el mundo-isla", con recursos limitados, sin posibilidad de expansión.
La humanidad, en los tres últimos siglos, ha vivido de acuerdo al concepto de mundo-océano. Siempre había una frontera que conquistar, manteniendo así la expansión continua de la economía y de la población. Asociada a esta idea, está la de la mejora continua e inevitable de la vida humana. Algo que sabemos que es falso, como muchos ejemplos históricos muestran (Almenar comienza la obra con la expansión polinesia, que también había estudiado Diamond, al que ya reseñamos hace un tiempo). La posibilidad del crecimiento permanente justificaba las desigualdades, la competencia y está en el alma misma del sistema (comprar-trabajar-comprar). Pero es evidente que estamos alcanzando (si no lo hemos ya) los límites del entorno. Tanto a los optimistas como a los pesimistas, les recomiendo vivamente este librito de la editorial Icaria.
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