Tengo que reconocer que cada vez me paso menos por la librería de Miguel. Lo urgente se come a lo importante.
Pero en esta ocasión, no había excusa, tenía que ir. Nos visitaba un habitual de
la trastienda: Joaquín Carbonell, del que ya hemos hablado varias veces aquí.
Venía a Valencia a presentar su último
libro: la biografía de José Antonio Labordeta. En septiembre, hizo dos años que
“el abuelo” murió. Cualquier zaragozano recordará para siempre esas horas
emotivas y de tristeza pública y serena. La ciudad lloraba y cantaba sus
canciones. El país también.
Creo que, durante el acto, alguna vez estuvo a
puntico de llorar. Aunque Joaquín tiene tablas, el recuerdo de una figura tan
abrumadora y tan entrañable debe pesar muchas toneladas. Carbonell, discípulo,
amigo y compañero de escenario ha sacado varias cosas sobre él:
este libro, una canción hermosa, una película no publicada, etc. Sabe que su
nombre siempre estará ligado al de José Antonio, del mismo modo que José
Antonio se sentía a sí mismo ligado (y supeditado en el borroso escalafón de
los poetas) a su hermano Miguel.
Se ha escrito mucho sobre el
gran cantautor. El que educó a una generación prodigiosa (Losantos, Pizarro,
Trillo, Caruana) en el Teruel oscuro del final de los 60. El que dio la voz a
una comunidad muda y enmudecida. El que escribió hermosos poemas (por casa anda
la reciente recopilación a cargo de Pérez Lasheras) y curiosas novelas y
crónicas (también hemos reseñado alguna). El que cantaba en Jorcas sin cobrar. Preveo que se seguirá escribiendo mucho sobre el aragonés más importante de la segunda mitad del XX, aunque los
culiparlantes del Congreso le pitaran o las Cortes de Aragón no sepan todavía
cuál es el himno de esa tierra.
Palabras sobre Labordeta, el
hacedor de palabras. Escribiendo sobre el que escribió palabras tan vivas y tan
cercanas que todavía estremecen. El pasado domingo me di un buen paseo por allí
y no se puede describir mejor aquella tierra abandonada. Del prólogo a “Viaje Cósmico por el Valle del Alfambra”
(gracias, Mila, por la referencia):
"Nevase o estuviese la primavera a punto, reventase una
de esas tormentas que parecía se iba a llevar Perales más allá del infierno, o
estuviese el otoño agrietando de sequía los campos, auparme a las orillas de
ambos lados y divisar el entorno, acabó siendo uno de mis paseos favoritos.
Paseos que me servían también para maldecir el desastre de esta tierra cuando
me cruzaba con el non nato ferrocarril que debería haber unido Teruel con
Alcañiz y transformar la desolación y el abandono de la comarca en riqueza para
asentar a las gentes. Ver los túneles, las estaciones, los apeaderos, los
puentes y los depósitos de agua como esqueletos lanzados contra el abandono del
viento, de los hielos, de las tórridos calores de los mediodías agosteños, me
producía ya entonces -hablo de los años sesenta- un encrespamiento de rabia que
me hacía maldecir el "camino de nada" que esta tierra nuestra andaba
recorriendo sin encontrar el final de su caída."
La biografía que nos ha
traído Carbonell está poco elaborada, lastrada por la prisa editorial y por la
imposibilidad del autor para separarse de un personaje que le resulta tan
brutalmente cercano. Algunas cosas me han sonado repetidas. Soy injusto porque he leído mucho del tema (hace poco, el
primer tomo de las memorias de Fernández Clemente). Pero he disfrutado
muchísimo leyéndola (no podía ser de otra manera). Carbonell es bueno en todo lo
que hace, como lo era Labordeta, y creo que aun tiene mucho que decir sobre el
maestro. A través del libro, he descubierto y suena raro decirlo, la faceta
musical del personaje. Cantaron tantas veces juntos.. Carbonell mismo puso
música al testamento que Labordeta dejó, en forma de albada y que suena a
veces en mi corazón cuando en el otoño solitario, paseo por el valle del río
rojo
Comentarios