El mes pasado, Julio Iglesias actuó para el dictador Teodoro Obiang y su
tribu. El dinero infinito del petróleo, hurtado a los sufridos guineanos, pagó
la fiesta. Dinero negro como el petróleo. Los valencianos, como los guineanos,
también contratamos a Julio Iglesias. Y también le pagamos al muchacho con
dinero negro. Fue en los tiempos de Zaplana el grande. Aquí también había
tribus; pero no había petróleo y el dinero se acabó. El sistema judicial, 5
años después del delito (presunto) todavía no ha dictado sentencia. Después de
Zaplana-Obiang pasaron Olivas, brillantísimo gestor de Bancaja y Camps. No se
rían, probecico. Que cuando todo esto se derrumbe, también se caerá él. Al fin
y al cabo duerme bocabajo, sujeto del techo mediante sus dulces garritas
transilvanas.
Y más al norte es igual: al parecer, Bolívar tenía cuentas en francos
suizos mientras cerraba hospitales públicos envuelto en el senyal d'Aragó. Todo es una parodia de sí mismo en el arruinado
país de los pillastres, en esta endeudada tangentópolis de pícaros bronceados,
en esta gran depuradora. Todo es un cachondeo en el país de negrolandia, de las
traductoras búlgaras, de los diputados imputados por corrupción (tercera fuerza
de les Corts Valencianes).
Como dice Xavi Castillo, ¿qué humorista puede superar esto? Si la realidad
es la mejor de las comedias bufas, si los informativos gubernamentales son la
mejor de las chirigotas, ¿para qué el humor? Cuando los que llevan corbata
hacen tanta risa, mal lo tienen los que se llevan zapatones y narices postizas. Por eso se ha muerto Miliki.
El otro día, en un quiosco de la calle Angel Guimerà me compré un ejemplar
de esta nueva revista, atraído por sus titulares: "Rajoy: Sigan chupando","Si fueran ahora las elecciones, Bildu arrasaría en Madrid.
Especialmente en el barrio de Salamanca". En formato ancho, de
periódico de provincia mediana, algo de humor político y algo de humor absurdo.
Y en las páginas finales, algunas noticias en serio, con tono confidencial. El número
que me compré dedicado a la corrupción alrededor del recién nombrado sucesor en
la Comunidad de Madrid, el poniente feliz. Acusaciones graves que en una
sociedad normal llevarían a una querella o a la dimisión del capitoste. Pero no
es el caso.
Es posible que en una sociedad normal, Mongolia tuviera mucho éxito, porque
las sociedades normales necesitan periódicos satíricos para reírse de sí mismas
y liberar presión. Muestra sociedad está tan enferma que Mongolia no durará
mucho, pero yo me lo compraré todos los meses, en papel, aunque sea para secarme las
lágrimas.
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