Quizá, lo que más me ha gustado
de Alex de la Iglesia es su única novelita publicada: “Payasos en la lavadora”.
Narra las aventuras alcohólicas y estupefactas de su álter ego, el escritor
Satrústegui, durante la semana grande de Bilbao. Aquellos que hayan vivido alguna
vez esa extraña sucesión de días locos, alucinantes y alucinados, en los bares
y en las barras de fiestas populares como San Fermín o las Vaquillas de Teruel,
pueden dar fe de que el librito capta algo de todo eso. Esos días y noches de felicidad demente, irracional, de
sentidos y moral abotargados, de brutales y felices resacas.
A favor de su obra
cinematográfica, se puede decir que ha inventado algunas cosas interesantes. En
concreto, un subgénero que parodia lo gore y lo gótico y que funciona bien en
taquilla. Tratándose de cine español, es mucho decir. En contra, una
característica de todas sus películas (al menos de las que yo he visto) que
después de la primera media hora, la cosa va decayendo y empiezas a pensar que
la peli es tan mala como pensabas que era cuando decidiste entrar a la sala. Y
es lo que le pasa a su último estreno. Todo promete: un principio sensacional,
varios temas interesantes que se sugieren por debajo de la parodia y algunos de
los actores de moda, para que acuda la chiquillería. Pero la historia se le
empieza a ir de las manos y cuando sale un monstruo que se supone que es la
diosa madre original, te duele el dinero público gastado en efectos especiales
y el que tú te has dejado en la entrada y en las palomitas y la cosa ya no hace
tanta gracia.
Te queda como un regusto a oportunidad
perdida. Además del evidente leitmotiv de la eterna guerra de los sexos, la
peli parece tratar otro tema interesante. Me da la impresión de que es el
particular ajuste de cuentas del bueno de Alex (y de su guionista
Guerricaechevarría) con una parte importante de la simbología del nacionalismo
vasco. Que, como todas las simbologías nacionalistas o patrióticas, tiene mucho
de fraude. Las brujas, obviamente, usan de vez en cuando el euskera (bien en los saludos,
bien en los sambenitos que les ponen a sus víctimas), pero además, hay
profusión de lauburus en toda la escenografía. Sería lo del matriarcado (con
sus irrintzis) y todo aquello. Y obviamente, también suena el célebre (y hermoso) “Baga,Biga,Higa” como música del gran aquelarre.
Muchos defienden que los procesos
contra las brujas navarras no eran otra cosa que el intento de asegurar el dominio
castellano en el país recién conquistado. No sé qué les parecerá que la bruja
madre sea la gran Maura (Madrid, 1945).
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