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El enigma de China.



Según la organización Transparencia Internacional, la corrupción política es “el mal uso del poder encomendado para obtener beneficios privados” 


Así que uno sospecha que en cualquier tiempo y bajo cualquier régimen, ha habido o ha podido haber corrupción política. En España andamos muy enfadados últimamente, porque hemos descubierto que el régimen del 78 albergaba mucha podredumbre. Desde el ajado Capitán General de los ejércitos a los del comité de empresa del Tribunal de Cuentas. Pero cuando todo parecía ir bien, no nos quejábamos tanto. Al fin y al cabo, en las democracias formales, los poderosos no son ni mucho mejores ni mucho peores que los consumidores que los votan. En Alicante votan a la Castedo, belleza de la hoguera del barrio Princesa Mercedes, mientras que en Bilbao votaban al médico radiólogo Iñaki Azkuna. Allá cada cual con su voto-compra.


¿Y qué ocurre en las dictaduras? Pues la cosa en las dictaduras es mucho peor. De partida, el poder público que se dilapida en cosas privadas, ya es de por sí ilegítimo. ¡Ay del que ose decir que el rey está desnudo! El exiliado Qiu Xiaolong se ha atrevido a decirlo a través de la saga que inauguró “Muerte de una heroína roja”.  Su protagonista es el inspector jefe Chen Cao, de Shanghai, poeta, buen comedor, miembro del partido. Chen Cao nos recuerda inevitablemente a Carvalho y Montalbano; pero las aguas del mar en el que tiene que nadar y guardar la ropa son mucho más azarosas y brutales que las del Mediterráneo. Yo he llegado a esta novelita, la octava de la serie, a través de una excelente reseña de mi inacabable paisano, que sabe bien que la novela negra refleja mejor que ningún otro género la corrupción política.



Me ha llamado la atención que el inspector Chen parece taparse la nariz cuando hurga en la basura. Sus poemas y traducciones sobrevuelan el profundo malestar de la China del XXI. Solo  se desahoga una vez en toda la novela:


“Harían falta tres millones de yuanes para comprar un piso de cien metros cuadrados en un barrio aceptable de Shanghai. Por consiguiente, un agricultor que cultiva media hectárea, con unos ingresos medios de ocho mil yuanes al año, tendría que trabajar desde la dinastía Ming hasta la actualidad, sin contar con posibles catástrofes naturales; un obrero con unos ingresos mensuales de dos mil quinientos, tendría que trabajar desde la Guerra del Opio en la dinastía Qing, sin vacaciones, fines de semana  ni interrupciones de ningún tipo; un oficinista, con un salario anual de sesenta mil, tendría que empezar a trabajar en 1950, sin comer ni gastar en nada; y una puta tendría que follar diez mil veces,  cada día, ininterrumpidamente, aunque tuviera la regla, sin dejar de gemir, gruñir y retorcerse, desde el día en que cumpliera los dieciséis hasta los cincuenta y cinco, y todo eso sin incluir los gastos inevitables en pintura, muebles y aparatos para la habitación.”

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