Cuando escuchaba la radio, de
joven, oí “Uma casa portuguesa”, cantada por Amalia Rodrigues. Aquella canción
se quedó para siempre en mi alma. Y el sonido alegre y fraternal de sus versos,
que, obviamente, no entendía, me venía de vez en cuando a la boca, trayéndome
una sensación difusa de felicidad, de perfección, que no conseguía explicarme.
Al ver esta película, en la que
aparece la canción en algunos momentos, he comprendido el porqué de aquellas
sensaciones. La familia, el amor al trabajo bien hecho, la saudade de los
emigrantes portugueses en Francia. Siempre recordando la casa familiar que
quedó allí, en el lejano país, allí donde se comía tan bien y éramos tan
felices. Aunque el trabajo estaba aquí y hay que trabajar para comprar un
segundo taxi, para ganarse otro jornalico, porque aquí se ahorra, porque este
es nuestro sitio ahora. Y no hay que quejarse y no hay que dar que hablar. La orgullosa
laboriosidad del emigrante que vino de un lejano mundo rural. Yo la he visto. Gallegos
en Suiza, aragoneses en Barcelona, sorianos en Zaragoza, portugueses en París,
ecuatorianos en Madrid.
Se trata de una comedia amable,
que se atreve alguna vez con los conflictos de clase que aparecen entre
patrones (los franceses) y los inmigrantes; pero que no deja de transcurrir por
los cauces esperados. Unos excelentes Rita Blanco y Joaquim de Almeida
interpretan a los Ribeiro, incansables trabajadores, a los que el director y
guionista Alves premiara con un edulcorado final.
Comentarios