En la mochila que, apresurado,
me preparé para llevarme a Águilas cayó este librito que llevaba unos cuantos
años en las estanterías. Lectura para la playa. Supongo que me atrajo el siguiente inicio tremendo:
“Cuando la policía notificó a
Otto von Lambert que su esposa Tina había sido encontrada muerta y violada
junto a la ruina de Al-Hakim sin que se hubiera podido esclarecer el crimen, el
psiquiatra, conocido por su libro sobre el terrorismo, hizo transportar el
cadáver en helicóptero por encima del Mediterráneo, amarrando bajo el aparato
con un cable portador el ataúd en que yacía la difunta, de suerte que este,
suspendido en el aire, voló sobre inmensas superficies iluminadas por el sol y
entre jirones de nubes, atravesó incluso una tormenta de nieve sobre los Alpes
y, más tarde, varios aguaceros, hasta que en presencia del cortejo fúnebre reunido
en torno a la tumba abierta, fue descendido suavemente al fondo y cubierto en
seguida con paletadas de tierra...”
Cuando me fui adentrando en las
páginas de este breve relato, fui descubriendo algo que no esperaba. La
investigación del crimen que lleva a cabo la periodista F. se diluye en una
sucesión de claroscuros, de interrupciones oníricas, de asunciones subjetivas
que la hacen más interesante si cabe. El suizo Dürrenmatt, que destacó como
dramaturgo, juega con la idea del
observador observado. Todo en la vida es observación, en el sentido de
Kierkegaard, su autor de cabecera. Y qué mejor instrumento para observar la observación
que la novela negra, el relato detectivesco.
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