Parece una
película norteamericana, de las muy taquilleras. Y por eso está haciendo mucha
taquilla. Es un dramón de casi tres horas, con paisajes espectaculares, actores
guapos (el Casas y la Ugarte), ambientación de lujo y mucha épica. Cuando los críticos se quejen de que la
industria patria no hace productos vendibles, les arrearán con esta peli en
toda la boca. Se basa en el best seller
escrito por la alcaldesa de Benasque, Luz Gabás, que se inspiró en la historia
de su familia. Y del mismo modo que el libro ha tenido ediciones en otros idiomas,
la peli pronto tendrá versiones extranjeras.
No me arrepiento de haberla
elegido; pero la cosa, con tanta duración y tanta lágrima, me sonaba más a
serie televisiva que a peli de cine. A pesar de las idas y venidas de los personajes
y del final previsible, me metí en la historia y disfruté cómo debían disfrutar
nuestros padres cuando vieron “Lo que el viento se llevó” o “Memorias de África”.
La historia está protagonizada
por la familia Rabaltué, del Pirineo
aragonés. La casa familiar está en un lugar llamado Pasolobino. El Pasolobino real es una tuca a la que se puede subir desde Cerler-Sallé. En la novela es un nombre alternativo para Cerler o alguna otra aldea del valle de Benasque-Benás. Los Rabaltué trabajan como capataces en una plantación en Fernando
Poo (la actual Bioko). Ya decía Vázquez Montalbán que los españoles éramos
excelentes capataces. Buenos con el látigo y la cruz. Y la trama nos lleva a
esa olvidada parte de la historia española del XIX y del XX, en la que éramos (eran) una
potencia colonial. Pequeñita; pero colonial, auxiliar de las grandes; pero igual
de rapaz, con nuestras plantaciones, nuestros negritos (y moritos) y nuestros
crímenes. Los crímenes de nuestros abuelos, más bien.
Un hallazgo inesperado me
reconfortó el corazón: en el entorno familiar, los Rabaltué hablan en patués,
el aragonés más oriental. Y la lengua usada tiene algo de sentido en la
historia. Cuando en uno de los momentos más tiernos de la peli, Berta Vázquez
(la indígena Bisila) y Mario Casas (el aragonés Kilian de Rabaltué) se
acarician y se enseñan el uno al otro el nombre de las partes del cuerpo en su
lengua materna, ella lo hace en bubi y él en aragonés de Benasque. Y en lo más hondo y
telúrico hay ciertos paralelismos entre los indígenas y mis paisanos:
especialmente, la referencia a los antepasados, que en la casa familiar de
Pasolobino, se refleja en ese árbol genealógico que hay que completar para que los muertos descansen.
Comentarios