He estado dos veces
en el campo de Mauthausen. La primera vez, fuimos en tren desde Viena. La
segunda vez, en coche, en aquel largo periplo por Europa central. En ambas
ocasiones, una sensación de vacío y de soledad, algo grande y amenazador como un
mar oscuro, me inundó el alma. La crueldad más absoluta, el sinsentido tenía su
lugar en el mundo, en aquellas colinas pardas cerca de Linz, en aquellos
barracones infames, en esos crematorios. La intolerancia, la xenofobia, el fascismo
llevaron a esa locura, fueron su consecuencia última. Llevan a esa locura.
Llevarán a esa locura.
A raíz de aquellas
visitas, aprendí más acerca de los españoles de Mauthausen y de Francisco Boix,
el célebre fotógrafo. Porque el complejo de campos Mauthausen-Gusen fue “el
campo de los españoles”, aunque aquellos republicanos derrotados no fueran la
nacionalidad que aportó más muertos a la lista terrible. Fue “el
campo de los españoles” porque los exiliados que capturaron los alemanes en la
caída de Francia fueron enviados mayoritariamente allí, cuando Franco contestó
a los nazis que no los reconocía como compatriotas. Ellos construyeron parte
del campo. Y sobre todo, en aquel infierno de humillaciones y de dolor, mantuvieron
la moral de la victoria. Boix guardó meticulosamente todos los negativos que
pudo, con la esperanza de que algún día fueran pruebas contra los criminales. Y
lo fueron. Esos héroes locos y cadavéricos acabarían liberando el campo y recibiendo
a las tropas norteamericanas con la famosa pancarta “Los españoles
antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras”. Pocas veces en la historia de occidente, habrá
habido un homenaje mayor a la esperanza y a la libertad. Cuando estuve, todavía no
había un monumento o algún recordatorio oficial a cargo del estado español.
Supongo que todo
esto da para muchos documentales, libros y películas. De momento, solo una, la
de Mar Targarona, que vimos en los Alucine del Puerto de Sagunto. Me pareció
una peli digna, aunque no tan impresionante como el campo en sí. No me creo al
Mario Casas haciendo de Boix. Con todo, el guión consigue mostrar la
solidaridad entre los prisioneros españoles y el modo en que las empresas
privadas austriacas sacaron su beneficio de aquellas ciudades de esclavos
condenados a morir. Pero la película es incapaz de atrapar todo el horror de
aquel mundo de alienados ateridos de frío. Supongo que es imposible.
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