A menudo, tengo que
explicar a muchos españoles que aquello de que “el mejor español” es el de
Valladolid es una gilipollez. Algún académico
ha tenido que explicar que eso de que existan acentos mejores o peores es falso
y más, para una lengua hablada por gentes tan distintas de tantos países. Comprendí
hace muchos años la suerte que tenía de hablar una lengua tan extendida. Pero
también aprendí que lo que yo hablaba era solamente un dialecto minoritario en
un mundo lleno de acentos distintos y diferentes, llenos de eses brillantes
como sonrisas caribeñas. También aprendí que el castellano había sido una de
las armas usadas en la opresión y en los genocidios; pero también una herramienta
de liberación y de comunicación universal… “por fortuna, su lenguaje se ha
quedado. Haremos de él otra arma de defensa…” cantaba algún grupo
latinoamericano.
Me sorprendió el
debate generado por la decisión de Netflix de subtitular “Roma” de Alfonso Cuarón
al castellano de la península. Cuando vi la peli, ni siquiera me di cuenta de que
el español de México estaba subtitulado. Me pareció una película sutil y
poderosa. Una descripción de la vida de las clases altas del México de los 70,
cuando el “Halconazo” La peli no deja de contar cosas sobre
las clases sociales, sobre el racismo, sobre el amor infinito que las mujeres
traen al mundo. Y lo hace desde el
principio al final, sin grandes aspavientos, sin exageraciones. Cine del bueno.
Mi suegra y yo la vimos entera. Mis
cuñados se durmieron. Mi suegra empatizó con la criada mixteca y yo recordaba
mis días en Ciudad de Guatemala, otro de los muchos sitios donde se habla
español. Igual de hermoso y de bueno que el de Valladolid.
Si alguien le ha
sacado brillo a esa herramienta universal, ha sido Eduardo Mendoza. Que Mendoza
naciera en Barcelona y que haya vivido como traductor en los Estados Unidos,
otro de los reinos del español, no debe ser ajeno al poder y la belleza de su
escritura. Acabé hace unas semanas su última obra: “El rey recibe”. A veces,
leemos en diagonal, para ahorrar tiempo, para enterarnos de quién es el
asesino. Con las obras de Mendoza es imposible. Se disfruta cada párrafo. Pena
da ir llegando al final. “El rey recibe”
es, al parecer, el inicio de una trilogía con la que el gran Mendoza pretende
romper esa falsa división que han aplicado a su obra: no es literatura seria ni
es humorística, es ambas cosas. Espero con impaciencia las nuevas aventuras del
protagonista, Rufo Batalla, un alter ego de Mendoza.
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