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El sustituto.

En Valencia, la transición-transacción sufrió la presión constante de una extrema derecha violenta y envalentonada. Esto condicionó la evolución política de la naciente autonomía (renuncia del PSPV a muchos símbolos y elección de la vía del 143 en lugar de la del 151). También contribuyó a la larga hegemonía de un PP más españolista y nostálgico que el de otras regiones. 

Desde 1976 hasta bien entrados los años 80, se sucedieron tanto los ataques físicos a cualquier persona que pasara por ser "rojo" o "catalanista" (es decir, que usara el valenciano donde no tocaba), como los atentados y los sabotajes a las instituciones nacidas de las primeras elecciones. Es decir, el uso de una  violencia "ilegal" para obligar a la mayoría a hacer lo que quiere una minoría. La definición canónica de "terrorismo". Vean en el documental "Operación elefteria" sobre la retirada de la estatua ecuestre de Franco de la Plaza del Ayuntamiento, como los representantes legítimos estaban acojonados incluso en un año tan tardío como 1983. Quizá lo peor del asunto era la pasividad, en algunos casos, y en otros, la abierta complicidad de la policía con los terroristas. Si se piensa que el asesinato de Agulló ocurrió en 1993, uno se da cuenta de la larga vida que ha tenido y que está teniendo el monstruo. La impunidad que permite,  por ejemplo, los acosos a la manifestación cívica de cada nueve de octubre.  

Aunque se ha escrito mucho sobre el tema, algunas preguntas nunca han sido respondidas: ¿quién puso el huevo de donde nació el bicho? En otros sitios, el franquismo se recicló y entró en las instituciones sin necesidad de amenazar a la sociedad. Una vez conseguidos sus objetivos, el minoritario blaverismo, la pintoresca expresión local del nacionalismo español, podría haberse replegado a su mundillo fallero y futbolero sin necesidad de más violencia. Sin embargo, la extrema derecha valenciana siempre se ha caracterizado, precisamente, por su extremismo. Hasta el punto de que no pudo ser totalmente digerida y remaquillada ni por el PP en su momento, ni por Vox ahora.

Esta película del 2021, ambientada en la Denia de 1982, apunta en otra dirección, todavía más oscura. Con la connivencia de las autoridades franquistas, en la costa valenciana encontrarón refugio muchos nazis huídos en el 45, que envejecieron bajo el sol amable del Mediterráneo, recordando con melancolía sus orgías de psicópatas y celebrando cada 20 de abril el nacimiento del Führer. Y como muestran las noticias, esto no es una ficción. En una escena de la peli se ve a los fachas locales con sus bonitas camisas azules, tomado Pervitin, la metanfetamina que tanto ponía a las tropas de la Whermacht. Es decir, el argumento es un poco facilón; pero la peli está muy bien hecha, como todo lo que hace el dibujante y cineasta Óscar Aibar. Ignacio Gómez, un policía bigotudo, viril, bebedor y de Vallecas, con la mano suelta y la típica melenita de aquellos años, es destinado para sustituir a un inspector muerto en extrañas circunstancias. Lo demás, se lo pueden imaginar: nazis viejos, un mar hermoso, y la mediocre selección española de fútbol jugando el Mundial en la tele de los bares, donde los fachas locales toman cazalla y para acojonar al resto de la parroquia, cantan un Caralsol extraño, con acento de la Marina.


 

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