Cuando Castilla se puso a conquistar el mundo, Felipe el prudente decidió ubicar la corte en la villa de Madrid. Podría haber sido en Lisboa o en Barcelona; pero el agua de la sierra era mejor. A partir de ese momento, se abrieron anchos caminos en las tierras sin fin del imperio e incluso en los océanos de las Españas para que las riquezas que los conquistadores robaban por todo el orbe afluyeran al poblachón manchego. No solamente las riquezas, también acudían las gentes de muchos colores y de muchos acentos de todos los reinos de sus católicas majestades. Ejércitos de funcionarios vizcaínos sin mancha de sangre mora o judía, negociantes flamencos a hacer negocios en el Bernabeu, soldados mancos a reclamar lo que se les debía, buscones a buscar fortuna, hambrientos a saciar el hambre con cerveza y calamares, y curiosos a ver los prodigios de la capital. Y por uno de esos caminos carísimos hemos acudido también nosotros a hacer turismo a la villa y corte. El camino se llama tren ...