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Bestia parda.

Cuando Castilla se puso a conquistar el mundo, Felipe el prudente decidió ubicar la corte en la villa de Madrid. Podría haber sido en Lisboa o en Barcelona; pero el agua de la sierra era mejor. A partir de ese momento, se abrieron anchos caminos en las tierras sin fin del imperio e incluso en los océanos de las Españas  para que las riquezas que los conquistadores robaban por todo el orbe afluyeran al poblachón manchego. No solamente las riquezas, también acudían las gentes de muchos colores y de muchos acentos de todos los reinos de sus católicas majestades. Ejércitos de funcionarios vizcaínos sin mancha de sangre mora o judía, negociantes flamencos a hacer negocios en el Bernabeu, soldados mancos a reclamar lo que se les debía, buscones a buscar fortuna, hambrientos a saciar el hambre con cerveza y calamares, y curiosos a ver los prodigios de la capital.

Y por uno de esos caminos carísimos hemos acudido también nosotros a hacer turismo a la villa y corte. El camino se llama tren de alta velocidad, uno de esos lujos imperiales sin más razón que hacer más grande la cabeza a costa del resto del cuerpo. Después de ver a los monologuistas en la tele, teníamos la ilusión  de ir a un espectáculo. Los de provincias semos así. Y encontramos a Patxi Zubeldia en la zona de Malasaña.

Patxi, que brotó en un bosque del Baztán y tiene acento de vasco, pelo de vasco y cara de vasco, hace un humor madrileño y divertido. No es demasiado desagradable con el público, aunque sí que le saca partido a las pintas de los asistentes. No éramos muchos. Y la mayoría, turistas fáciles de satisfacer. Al fin y al cabo, era un martes con lluvia, como él se encargó de recalcar. Una vez calentado el ambiente, se puso a hacer chistes al filo de la navaja, con el tema del terrorismo de ETA como motivo. Noté que alguno dejaba de reír. Al fin y al cabo, Madrid fue siempre el sitio preferido de la serpiente para sus ataques. Patxi no insistió mucho y se recondujo hacia cosas más seguras: los latinos y sus borracheras, los conductores madrileños o lo cobardes que son los catalanes, que aspiran a la independencia votando. 

Yo pensaba en el viejo tema de los límites del humor y en el tema más reciente de los límites de la política. Como cabía esperar, en la actual campaña electoral, cada uno saca los fantasmas que cree que molestan al contrincante: Franco, Venezuela o ETA. Hasta las víctimas de ETA le han tenido que recordar a la derecha que no todo vale. Las de Franco siguen calladas, en las cunetas o en el silencio del olvido. Aún así, la derecha ganará en un Madrid, apestado de banderas rojigualdas. El nacionalismo todo lo pudre, todo lo estropea. La Cibeles estaba muy hermosa el lunes, rodeada de la magnificiencia y el poder que transmiten las grandes capitales, Madrid, París, Viena. Pero no hicimos ninguna foto. La habían rodeado de banderas. Estaba como prisionera.


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