En la adolescencia, me compré muchos libros de las típicas colecciones que lanzan en septiembre. Los primeros son más baratos y parecen más interesantes. Luego se acaba el presupuesto o el interés. Una de esas colecciones eran biografías de científicos. Leí con placer los ejemplares sobre Einstein, Newton y Darwin. Ahora dormirán el sueño eterno en alguna caja de cartón en el trastero del pueblo. Ningún adolescente volverá a leerlos nunca. Yo me veía como futuro científico, sin darme cuenta de que lo que me gustaba era la historia, no la ciencia, o mejor dicho, el pensamiento científico. Entendía (o creía entender) las ideas de estos gigantes y el marco histórico en el que tuvieron lugar; pero en el momento en el que había que profundizar un poco en las ecuaciones de Lorentz o en las leyes de la genética, mi pereza todopoderosa me hacía desistir del tema. Oppenheimer también tenía su volumen en esa colección y creo recordar que lo leí con interés. Después, ya como docente, volví a pens...