Ya lo he contado en muchas barras de bar. El sábado antes de las elecciones del 2014, mi cuñado me dijo que seguramente votaría al de "la coleta". Yo no sabía quién era el de "la coleta". Lo cierto es que al día siguiente, el de "la coleta" y sus acólitos sacaron 1.250.000 votos y 5 eurodiputados. Hala, vente conmigo, cariño, que verás lo bonita y lo cara que es Bruselas. El cansancio social por la corrupción y la incapacidad de los partidos monárquicos para afrontar la crisis del 2008 se convertía en poder político y se iniciaba un período de esperanza. Y como reacción a esa esperanza popular, dentro del estado profundo, se empezaba a organizar una brutal reacción al cambio. Y yo, que me considero tan listo ¿por qué no había percibido esa corriente de fondo? Mi cuñado, que trabaja en una fábrica de las que echan humo, sabía más que yo, que he leído a Primo Levi y a Karel Čapek. Yo era el idiota que no veía los debates de las teles. Me conformaba con creerme a los medios tradicionales, esos periódicos de papel que se arruinaron cuando el mundo se hizo digital y tuvieron que vender a sus hijas como putas de los fondos de inversión. Mi opinión, como la de muchos otros votantes, era la que decidieran unos cuantos cabrones en Nueva York o en Milán.
El de "la coleta" obligó al PSOE a sentarlo como vicepresidente en el Consejo de Ministros en el 2020 y a subir las pensiones y el salario mínimo interprofesional. Pero en este juego del comer hay muchos jugadores, y las presiones internas y los ataques externos reventaron al Frente Popular de Judea. La estructura de círculos no había tenido tiempo de asentarse y el endeble edificio no pudo aguantar los golpes del enemigo, la carcoma interna y el pesado ego del jefe. El PSOE, ese gran bicho abisal, devorador de cadáveres políticos, gran hereu de la política española, se traga poco a poco las ruinas de la izquierda. Las defeca en forma de un dulce sanchismo de centro, que resulta aceptable para los cabrones del párrafo anterior y que, por tanto, tendrán que acabar aceptando sus sicarios de aquí: los Motos, los Herrera y las Griso. El odiado Pablo Iglesias acabó haciendo lo que más le gusta a cualquier profesor de universidad: hablar ex catedra, así que montó su propio medio de comunicación alternativo. Y yo, para no quedarme otra vez descolocado, sigo Canal Red y me creo un tipo informado.
Y otra vez lo mismo. Mi cuñado, 10 años menos sabio, el sábado 8 de junio me dijo, entre cubata y cubata que, siguiendo los consejos de un adolescente, iba a votar a un tal Alvise. Y yo, por supuesto, no sabía quién era. Yo, que leo Ctxt.es (web de opinión), que me aprendo de memoria los artículos de Jesús Maraña en Infolibre y que solo veo dos programas de humor: el de Jiménez Losantos por la mañana (radio, podcast y web) y el Hora Veintipico (Youtube y podcast) por la tarde, sigo sin enterarme de nada. El tal Alvise, un vendeburras sin escrúpulos ni programa electoral, consiguió, a través de TikTok y de Telegram, 800.000 votos y 3 eurodiputados. En ese submundo no están Hayek ni Keynes ni se les espera; pero sí mucha mierda sobre la inmigración y sobre la tierra plana que saben aprovechar los psicópatas como Alvise y sus dueños, malditos sean quien sean, estén en Nueva York o en el Kremlin.
Los nuevos medios determinan una parte importante del reparto del poder. Y no se presentan a las elecciones. Hay otros políticos que tampoco se presentan a las elecciones. A ellos dedicaremos la segunda entrada.
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