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La tarde que Bobby no bajó a jugar (2)

En el ajedrez contemporáneo, como deporte profesional, hay un antes y un después de Fischer. El gran Bobby cambió la manera de entender la competición de alto nivel. Devolvió al juego la popularidad que había perdido en occidente. Lo hizo interesante, televisivo, humano. No hay aspecto del juego actual que no se haya visto influido por el campeón estadounidense. 

En el contexto de la guerra fría, Fischer representó el papel del héroe solitario venciendo al estado soviético. De niño prodigio a campeón desaparecido. En lo que se refiere a los mitos sociales, su papel fue el del genio que vive aparte y frente a la sociedad: un Einstein más huraño y maleducado, un eremita que cada vez exige más salario por participar en los torneos. Un trastornado con el talento único y extraño que el ajedrez requiere. 

Así que Fischer ha dado para toneladas de libros técnicos, ensayos, películas y literatura. No exagero cuando digo que una parte importante de lo que el juego ha inspirado en los últimos ochenta años se ha basado en la figura de Bobby. Aquí hemos citado muchas de esas obras. Por ello, necesitamos la etiqueta "Fischer". 

La cubana Mayra Montero también usa la figura de Fischer como eje de abcisas de esta novela breve. Mejor dicho, la figura de los Fischer (Bobby y su madre, Regina). Uno de los brillos de Fischer es precisamente su familia: la suiza Regina, el padre legal, el biofísico alemán Fischer, el padre biológico, el matemático húngaro Nemenyi. Muestra de esa élite cultural europea de origen judío que el fascismo intentó exterminar y que luego, la CIA investigó por criptocomunistas en el mar movido de la guerra fría. 

El eje de ordenadas de la novela es Cuba. O mejor dicho, La Habana. Las dos tramas de la novela transcurren separadas por 10 años: la primera visita de Fischer (de los Fischer) a La Habana en 1956. Y la Olimpiada de 1966, en la que Fischer jugó como primer tablero de los Estados Unidos. Ya se habrán dado cuenta ustedes que se trata de unos años antes de la revolución y de unos años después. En La Habana prerrevolucionaria, vemos prósperos emigrantes polacos aficionados al ajedrez, cabarets, luces nocturnas, alegría, dinero y cocaína. Esa época prodigiosa y endeble de Capablancas engominados que todavía puede percibirse en las ruinas de las casas de El Vedado. La Habana castrista que acoge la Olimpiada es una ciudad militarizada y silenciosa, donde las niñas no tienen vestidos y Capablanca solamente es un triste héroe nacional. Montero dibuja con habilidad esos dos países tan distintos y une las tramas con maestría. Novela recomendable para cualquier interesado en el ajedrez, en Cuba o en la buena literatura.

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