Ir al contenido principal

A quiet place. First day.

Después de muchos descartes, me puse en la pequeña pantalla del avión esta peli del 2024. La señora francesa de la ventanilla veía "Dune" o algo así. Lo que me llamó la atención de "A quiet place. First day" fue el nombre de la protagonista: Lupita Nyong'o. Y acerté. Al menos con la chica, que también ha salido en la saga "Star wars". Sus grandes ojos brillaban en la semioscuridad del "Rio de Janeiro" de Iberia. Y me miraban a mí. Mientras veía esta peli de ciencia ficción-terror, me sentí triste; pero las pocas veces que la Lupita sonreía, me consolaba. Subí el volumen de los auriculares clase turista, como para acallar los pensamientos que iban y venían. Me sentía solo en ese avión atestado de gente cruzando el Atlántico y emitiendo muchos gases de efecto invernadero (la gente y el avión). Mis soledades y las soledades de la protagonista, juntos. Al menos, de vez en cuando, se adivinaba en su rostro aterrado una pizca de esperanza. La azafata se equivocó y no me cobró la parte de la tónica.

La peli es una precuela de la serie "A quiet place", cuya primera entrega fue en el 2018. La saga transcurre en un planeta destruido e invadido por una especie de monstruos ciegos, de largas garras y un excepcional sentido del oído. Los bichos tienen la mala costumbre de atacar a los humanos. La precuela cuenta el primer día de la invasión, que tiene lugar ¿cómo no? en Nueva York. 

Hay coches destruidos y amontonados, edificios humeantes y gente que va de un sitio a otro, con la mirada perdida. Desde unos helicópteros les dan instrucciones absurdas y obsoletas a los pobres ciudadanos que no saben qué hacer ni dónde refugiarse. Sospecho que en ese Nueva York arrasado también estaban Mazón y Salomé, unos chicos de letras, con el carné del partido, como responsables de invasiones alienígenas. Era inevitable que este apocalipsis de mentira, cinematográfico, me recordara el apocalipsis real que han sufrido mis paisanos del sur de Valencia. Catarroja, Paiporta y La Torre no son Nueva York. Pero tampoco son ramblas despreciables donde unos desgraciados con poca ropa venidos de fuera construyeron sus chabolas. A los tertulianos de la Villa y Corte les costó un poco entenderlo. 

Lo que hace interesante la historia es que los supervivientes comprenden que los monstruos alienígenas se guían por el oído. Eso les obliga a mantener un silencio total. Así que la peli (y supongo que la serie entera), necesariamente, tiene varias escenas silenciosas y tranquilas. Lo que no es muy habitual en el género, ruidoso y molesto per se. En esas escenas, los protagonistas se miran, se sienten humanos en medio del terror. Y hay algunos momentos memorables, como cuando aprovechan los truenos que caen sobre la ciudad para gritar simultáneamente. Los seres humanos necesitamos gritar, cantar, bailar bajo la lluvia. Supongo que en Valencia también hubo silencios aterradores la noche del desastre y mucha necesidad de gritar debajo de los truenos. En nuestro caso, la ciencia-ficción no era ficción, solo era ciencia. Y mala suerte.

La protagonista, además, escribe poemas sencillos y recuerda a su padre, un negro muy negro que tocaba jazz. ¿Cuántos poemas, en castellano, valenciano o rumano se habrá llevado la inundación? ¿Cuántos discos antiguos destruidos para siempre? La tristeza empapa y mancha el alma, como el fango, que sigue manchando las calles de los pueblos desgraciados de Valencia. Y el mal no ha venido de otro planeta, sino del mar, ese hermano antiguo y ese viejo enemigo. A través de los barrancos que siguen existiendo debajo de los pueblos, de las naves industriales y de los Burger King.

Pienso en los otros males. En el ruido después de la tormenta. Y en los monstruos ciegos que atacan de otras formas. Porque en nuestro infierno local también ha habido monstruos ruidosos que hacen un daño gratuito e incomprensible. No diré sus nombres, porque eso alimenta a esos hijos de puta venidos de otro planeta. Son los de los bulos, los de los cadáveres ocultos en Bonaire, los que se ensucian con barro sin haber ido a quitar barro, los de los putos ovnis que no son otra cosa que que gases en su puto estómago, los que no saben nada de ingeniería hidráulica, los de la mala idea. Los que niegan la ciencia, porque no la entienden, porque no saben que es lo más valioso que tenemos. Algún día aprenderemos a guardar silencio y los monstruos desaparecerán, se disolverán. Y despertaremos de la pesadilla.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tintalibre:

Nuestro “Fin de Régime” está siendo, como casi todo en esta estepa, lento y tranquilo, un poco provinciano, un poco hortera, aunque nos las demos de postmodernos.  Aquí no hay Rasputines montando a la zarina, sino el pequeño Nicolás haciéndose selfies con la lideresa y el presidente. Pero todo está cayendo, inexorablemente. Se cae de viejo y de podrido. Son les branques de l’arbre de Pujol. Y se va cayendo todo el sistema del 78. Quizá, al final se acelere el proceso y la cosa deje de ser tan tranquila. La sociedad va descubriendo que no solo era el bipartidismo, sino que los medios de comunicación que sustentaban el entramado de las mamandurrias también se han quedado viejos e inservibles. Enternecedor el “yo no soy un político” del director de La Razón, Marhuenda, ese señor tan rarito y con tantos intereses políticos y económicos, que va a las tertulias a hacer de derechoso leído y digno. Siguen ciegos ante lo que está ocurriendo. Desde hace un año, ya no le...

"Romper el círculo" y "Soy Nevenka"

Después de la tormenta asesina y de la guerra civil en los Estados Unidos, volvemos a la pequeña política de nuestra aldea pequeña.  Parece que el errejonazo fue hace mucho tiempo; pero la dimisión del muchacho solo fue hace un mes. Con ese escándalo, quizás se cierra el ciclo que se inició en enero del 2020. Por primera vez en la historia de la España contemporánea, la izquierda se sentaba en el Consejo de Ministros. Pero los círculos no habían tenido tiempo de cuajar, las cloacas, a modo de sistema inmunológico del Estado, hacían su incansable labor de zapa, y además, llegaron una pandemia, un volcán, la tercera guerra mundial y las tonterías de profe de universidad del gran líder, que huyó un año después. Dejaba como albaceas a un equipo de funcionarios mas rositas que rojos y el encargo de tomar el cielo por asalto a unos muchachos con amplio vocabulario postmarxista pero con las paticas cortas y flojas. Los herederos hicieron lo que pudieron para obligar al pillo de Pedro Sán...

El último concierto.

¡Ay de aquel que nunca haya tenido ninguna afición! ¡Pobre del que nunca se haya esforzado para dominar algún arte! El que nunca haya intentado dibujar, cantar, tocar un instrumento, actuar, cocinar o jugar al ajedrez no sabe lo que se ha perdido. Y digo intentar, porque en el intento es donde está la sal que hace la vida más feliz. Y los más felices entre los mortales son aquellos que el arte ha hecho suyos: los artistas, los profesionales, los que han dedicado una vida entera a un oficio creativo. Los que han sido siempre prisioneros. En su esclavitud quizá han sido libres, luminosos.   “A late quartet” trata sobre ellos. Sobre los profesionales muy cualificados: un cuarteto de cuerda en el final de su historia. Cuando tiene que parar la música y salen los demonios que llevan dentro. Zilberman narra todo esto con sutilidad e inteligencia. Aunque la peli tiene algunos altibajos, valió la pena ir a la sesión golfa de los D’Or.