La peli es una precuela de la serie "A quiet place", cuya primera entrega fue en el 2018. La saga transcurre en un planeta destruido e invadido por una especie de monstruos ciegos, de largas garras y un excepcional sentido del oído. Los bichos tienen la mala costumbre de atacar a los humanos. La precuela cuenta el primer día de la invasión, que tiene lugar ¿cómo no? en Nueva York.
Hay coches destruidos y amontonados, edificios humeantes y gente que va de un sitio a otro, con la mirada perdida. Desde unos helicópteros les dan instrucciones absurdas y obsoletas a los pobres ciudadanos que no saben qué hacer ni dónde refugiarse. Sospecho que en ese Nueva York arrasado también estaban Mazón y Salomé, unos chicos de letras, con el carné del partido, como responsables de invasiones alienígenas. Era inevitable que este apocalipsis de mentira, cinematográfico, me recordara el apocalipsis real que han sufrido mis paisanos del sur de Valencia. Catarroja, Paiporta y La Torre no son Nueva York. Pero tampoco son ramblas despreciables donde unos desgraciados con poca ropa venidos de fuera construyeron sus chabolas. A los tertulianos de la Villa y Corte les costó un poco entenderlo.
Lo que hace interesante la historia es que los supervivientes comprenden que los monstruos alienígenas se guían por el oído. Eso les obliga a mantener un silencio total. Así que la peli (y supongo que la serie entera), necesariamente, tiene varias escenas silenciosas y tranquilas. Lo que no es muy habitual en el género, ruidoso y molesto per se. En esas escenas, los protagonistas se miran, se sienten humanos en medio del terror. Y hay algunos momentos memorables, como cuando aprovechan los truenos que caen sobre la ciudad para gritar simultáneamente. Los seres humanos necesitamos gritar, cantar, bailar bajo la lluvia. Supongo que en Valencia también hubo silencios aterradores la noche del desastre y mucha necesidad de gritar debajo de los truenos. En nuestro caso, la ciencia-ficción no era ficción, solo era ciencia. Y mala suerte.
La protagonista, además, escribe poemas sencillos y recuerda a su padre, un negro muy negro que tocaba jazz. ¿Cuántos poemas, en castellano, valenciano o rumano se habrá llevado la inundación? ¿Cuántos discos antiguos destruidos para siempre? La tristeza empapa y mancha el alma, como el fango, que sigue manchando las calles de los pueblos desgraciados de Valencia. Y el mal no ha venido de otro planeta, sino del mar, ese hermano antiguo y ese viejo enemigo. A través de los barrancos que siguen existiendo debajo de los pueblos, de las naves industriales y de los Burger King.
Pienso en los otros males. En el ruido después de la tormenta. Y en los monstruos ciegos que atacan de otras formas. Porque en nuestro infierno local también ha habido monstruos ruidosos que hacen un daño gratuito e incomprensible. No diré sus nombres, porque eso alimenta a esos hijos de puta venidos de otro planeta. Son los de los bulos, los de los cadáveres ocultos en Bonaire, los que se ensucian con barro sin haber ido a quitar barro, los de los putos ovnis que no son otra cosa que que gases en su puto estómago, los que no saben nada de ingeniería hidráulica, los de la mala idea. Los que niegan la ciencia, porque no la entienden, porque no saben que es lo más valioso que tenemos. Algún día aprenderemos a guardar silencio y los monstruos desaparecerán, se disolverán. Y despertaremos de la pesadilla.
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