Como soy un tipo puntilloso e idiota, no puedo evitar que me crujan los oídos cuando oigo a un dominicano referirse a los estadounidenses como "los americanos". Ya sé que ese gentilicio que llama a una parte con el nombre del todo es de uso habitual en nuestra lengua común. Pero me resulta especialmente extraño en la boca de los herederos de los primeros y genuinos "americanos".
Dicho de otro modo, si hay alguien verdaderamente "americano" son los habitantes de La Española, los del Este y los del desgraciado Oeste. La Hispaniola fue el primer campamento de aquella gesta prodigiosa, la primera casilla de aquel brutal juego de la oca en busca del oro y de las especias, el primer capítulo de una masacre colosal, la primera contracción de aquel parto con dolor, mucho dolor.
Me temo que la mayor parte de mis paisanos, los godos, no saben dónde está la isla aunque hayan venido de viaje de bodas a Punta Cana. La Española es una de las islas hermosas en medio del mar más hermoso del hemisferio occidental. Una vez exterminados los naturales, unos extremeños cabrones y hambrientos y unas negras hambrientas y aterrorizadas llenaron esta mitad de la bola de rotundos nombres castellanos, de música y dioses africanos, de reses gordas, de gallinas, de perros famélicos y de sonrientes niños mestizos, mulatos, zambos y pardos que juegan al baseball bajo los huracanes y los soles del nuevo mundo. Así lo bautizaron aquellos cartógrafos asombrados, convertidos en poetas a fuerza de oír prodigios.
Cuando los escasos habitantes de Boston o de Nueva York todavía no se cambiaban de calzoncillos en un lustro, por miedo a que su pequeño Yahveh les castigara, en las populosas Ciudad de México o Lima tenían los mejores sistemas de alcantarillado del mundo. Pero la historia siguió y la pobreza se convirtió en riqueza y la riqueza en pobreza. Aquel extraño experimento de los fanáticos religiosos del Norte demostró tener un estómago enorme como el de una bestia abisal y se tragó tierras y gentes y acabó comiéndose un continente entero. Los Estados Unidos se convirtieron en América y en el primer país del mundo. Todo lo bueno y lo malo de la civilización occidental. El destino manifiesto. La razón y el terror. No es necesario que les cuente mucho más, para el negocio de las sagas épicas, ya está Hollywood. Los EEUU fueron el centro de la libertad y el Mordor de muchas violencias. La cuna de la música que escuchamos, de la pizza y de las salchichas que nos engordan, de la tele y las redes sociales que nos atontan, de la literatura que nos mejora, la fuente de la tecnología y la ciencia que nos hacen dioses. Pero el planeta sigue girando y es inevitable preguntarse ¿Cuánto tiempo mantendrán la primacía? El viejo Trump no deja de ser un síntoma de esa decadencia inevitable. ¿Cuánto tiempo puede mantener el 6% de la población mundial el 25% de la riqueza?
En el viaje de vuelta Santo Domingo-Madrid, me encontré esta película. Mi vecino de asiento, un dominicano de unos 150 kg (él hubiera dicho unas 330 libras) veía algo así como "Dune". Pero yo, después de la aplastante victoria del payaso pelirrojo, andaba buscando posibles respuestas a las preguntas del párrafo anterior.
La peli me gustó y me entretuvo, como a la mayor parte del público y de la crítica. El argumento es obvio: hay una guerra civil en los EEUU y unos periodistas viajan hacia Washington D.C, donde el presidente Azaña está rodeado por uno de los varios ejércitos insurgentes, "the Western forces". Muchos tiros y mucha sangre. Helicópteros estadounidenses, como en Vietnam; pero que esta vez bombardean a otros estadounidenses. Torturadores estadounidenses desollando gente; como en everywhere; pero esta vez las desgraciadas víctimas también son otros estadounidenses. La Kirsten Dunst, tan guapetona y tan brillante, hace de Manu Leguineche. Cuando la veo, siempre me acuerdo de la frase que describe a las gringas: "Son lindas; pero andan como machos".
Los documentales o las películas basadas en el periodismo de guerra podrían considerarse un género propio, o quizás una variante cruel y violenta de las road movies. Yendo más lejos, si algo tienen en común todas las grandes crónicas bélicas es el terror omnipresente, la vida agarrada a la brocha, la muerte esperando detrás de cada fotografía, al final de alguna crónica inconclusa. Por eso, el género es tan humano, tan interesante. Me vienen al ratón los libros de Kapuscinski, el polaco. En especial, "Un día más con vida". De este último, uno de los más importantes del siglo XX, hay una interesantísima versión (2018) de Raúl de la Fuente en dibujos animados. Los grandes reporteros de guerra nos han traído al sofá la incómoda verdad. Por eso, Israel intenta que no haya periodistas cubriendo la sho´ah palestina. Y soy consciente de los sustantivos que uso. Viendo "Civil war" me acordaba de "Un día más con vida." La diferencia es que los señores de la guerra no son unos asalvajados negritos de Angola, armados de Kalashnikovs, sino unos rencorosos blanquitos de Virginia, armados con fusiles M4K1, con ganas de ajustar cuentas a los vecinos.
A algunos críticos no les gustó "Civil war". Han acusado a Garland de oportunista. Usa el ambiente enfrentado y cainita de la política estadounidense actual para impulsar y darle credibilidad a la película. Si alguien como Trump ha podido apoderarse del Grand Old Party y repetir como presidente, es que cualquier cosa puede ocurrir. Pero cuando nos cuenta la trama evita cuidadosamente cualquier referencia a los motivos políticos o raciales de esa guerra. Desconocemos la ideología de los bandos en conflicto. Se da a entender que las tropas a las que acompañan nuestros reporteros son "secesionistas"; pero no sabemos sus motivos últimos.
A mí, no me parece tan mal la pillería de Garland. Es una peli de acción que nos recuerda que el mal, el caos, la descomposición siempre están ahí esperando. Escondidas detrás del empobrecimientos de las clases medias blancas, o de las predicaciones llenas de rencor y de bulos de cualquier pundit de la radio o las redes. Nos recuerda que debemos ser cuidadosos. Y que no debemos permitir a los payasos que alcancen el poder, independiemente de las utopías o falsedades que pregonen. Mis asustados abuelos, huyendo en el último momento de su pueblo en julio del 36 para que no los asesinaran los anarquistas del Puerto de Sagunto no sabían quiénes era Bakunin o Kropotkin. Los aterrorizados habitantes de Andalucía que veían pasar tropas africanas que habían cruzado el estrecho en aviones alemanes no sabían quiénes eran D'Annunzio o Gobineau; solo sabían que esos invasores asesinaban maestros y violaban a las jornaleras.
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