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La gran apuesta

Hay muchas maneras de contar una historia. Mejor dicho: a la misma historia se le pueden poner diferentes sustantivos y adjetivos. Por ejemplo, yo podría empezar a contar esta historia hablando del primer ministro islandés Geir Haarde al que vi en la tele en octubre del 2008. No entendí absolutamente nada de lo que dijo; pero me di cuenta de lo serios que se quedaron mis anfitriones. Y ese adjetivo, tratándose de islandeses, es mucho decir. Al parecer, el país estaba en bancarrota. Los bancos, que en los años anteriores habían ocupado el skyline de la humilde Reykjavik y que acarreaban fondos de inversión británicos hacia la economía estadounidense, habían quebrado. Al día siguiente, la sustantiva cena de carne de ballena y vino blanco me salió mucho más barata de lo que había previsto. La corona se había desplomado frente al euro. 

Otra manera de contar esta historia es hablar del negro de Oklahoma con la camiseta sin mangas. No recuerdo qué monologuista creó esa imagen genial. Pero nos sirvió para entender que los bancos comerciales de los USA habían prestado un montón de dinero de los fondos de inversión internacionales a los llamados NINJA (No income No job No Assets), unos negros que nunca podrían devolver la hipoteca. Cambiando ligeramente el tono de piel del deudor, las cajas de ahorro españolas también habían prestado un montón de dinero alemán a promotores chungos (valga la redundancia) y a laboriosos emprendedores que compraban sobre planos para revender inmediatamente un adosado en medio de la nada. Luego, tuvimos que pagarles la orgía a escote. Solidaridad étnica. Cuánta utilidad le sacan los canallas a este último adjetivo.

También hay otras maneras más aburridas; pero igual de fantasiosas, de contar la misma historia. Un economista puede ponerle muchos números a la trama e intentar explicar (con mayor o menor éxito) lo que condujo a la quiebra del banco Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008. Los economistas son unos señores que, de pequeños querían ser físicos o matemáticos; pero no lo consiguieron por falta de talento. En lugar de asumir sus limitaciones, desperdician su madurez pretendiendo ser físicos o matemáticos y explicando, después de ocurridas, dramáticas historias humanas llenas de avaricia, soberbia y estupidez mediante adjetivos, números y fórmulas inventadas por ellos mismos. En la soledad de sus cátedras lloran porque se saben incapaces de hacer lo que caracteriza a la ciencia de verdad desde el siglo XVI: predecir lo que ocurrirá en el futuro. Antes de que ocurra.

Michael Lewis es un escritor y periodista económico. Es muy bueno contando historias. Uno de esos tipos que han tenido la suerte de nacer en la clase social adecuada en el país adecuado: buena educación en aulas magnas con paredes forradas de madera y con chimeneas de leña y buenas oportunidades. Supongo que esa es la gente que entiende de sustantivos: bebe excelente vino tinto del Priorat (garnacha y syrah) y aliña la ensalada con aceite de oliva del Matarranya. 

Lewis escribió una novela sobre la gran crisis financiera del 2008: "The big short: inside the doomsday machine". Contaba la misma historia de los primeros párrafos; pero desde el punto de vista de los malos. Resulta que hubo varios especuladores (me refiero a los de los bancos y fondos de inversión estadounidenses, no a los pringados españoles que compraban sobre planos) que predijeron que había una burbuja y que iba a estallar. Esos pocos listos se dieron cuenta de que los CDOs (Colletarized Debt Obligations) estaban llenos de deudas mierdosas (bonito adjetivo) que nunca nadie podría cobrar. Y durante los años previos al 2008, consiguieron que les vendieran CDSs (Credit Default Swaps) sobre esos CDOs. Es decir, apostaron en contra (short) de la burbuja hipotecaria. La economía mundial se basaba en una colección de papeles fraudulentos que un ejército de psicópatas avariciosos habían ido acumulando y revendiendo por el mundo. Brad Pitt comprendió que podía hacer una gran peli a partir de la novela. A veces adopta la forma de falso documental de divulgación económica, otras se regodea con el poderoso personaje interpretado por Bale: el Dr. Burry, un asperger que oye heavy a todo volumen y que descubrió, ya en 2005 las matemáticas del gran tocomocho. En general, la peli tiene un ritmo excelente y se disfruta tanto como disfrutan esos hideputas de Wall Street el vino o el aceite buenos.

Obviamente, escribo sobre aquella catástrofe para intentar entender la que viene ahora. La crisis del 2008 (nuestro sagaz presidente Rodríguez Zapatero empezó a verla en el 2010) fue una consecuencia emergente de la ruleta capitalista que rige nuestras vidas. Previsible para algunos matemáticos; pero inevitable en cierto modo: estaba escondida en los números que gobiernan el mundo y en la avaricia humana. La catástrofe actual no es emergente, sino que ha sido provocada por el imbécil pelirrojo y su corte de aduladores. No procede de la avaricia, sino más bien de la estupidez. La gran pregunta es, por tanto, si alguien sabe lo que están haciendo. Los conspiranoicos quieren creer que los que mandan en los USA han comprendido que el imperio no podrá mantener durante muchos años el déficit comercial y el déficit financiero simultáneamente y han decidido explotar el grano, lanzando ya el gran órdago comercial a China. Especialmente, antes de que lleguen las crisis de verdad por los límites físicos del planeta: la escasez de petróleo y de otras materias primas. Han decidido que las clases bajas estadounidenses y los pobres del gran sur tienen que pagar los costes de esta guerra blanda, mientras ellos se suben al Arca de Noé en clase business. Se supone que han puesto al mamarracho para que nos distraiga con sus payasadas mientras rediseñan el mercado mundial. Yo no soy tan optimista. No hay nadie en el despacho oval, como ya no había nadie en la última planta del edificio de Lehman Brothers del 745 de la séptima avenida cuando llegó a los tribunales la declaración de su gran quiebra.

 

 

 

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