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Tres novelas históricas aragonesas.


Las tres novelas que voy a reseñar tienen una característica poco usual: tratan la historia de Aragón. Como es bien sabido, el imaginario histórico español ha tenido un punto de vista casi exclusivamente castellano. Las historias periféricas de los "otros españoles" nunca tuvieron demasiado espacio ni en los curriculos educativos oficiales ni en la recreación histórica. Sobraban. Cada uno de los grandes estados-nación europeos ha ido decidiendo qué visión de sí mismo quería construir y se ha dedicado a ello a conciencia. ¿Qué le vamos a hacer? Otros nacionalismos también han ido impulsando su propia creación histórica o pseudohistórica. Es irónico (pero triste) que en Cataluña se esté construyendo una recreación histórica de la antigua Corona de Aragón de la que se excluye a los aragoneses (y a los valencianos). Supongo que no quedan bonitos en la foto. El último ejemplo fue el superventas "La catedral del mar". Mi admirado Ernest Lluch identificó claramente el prejuicio. Así que las novelas históricas de ambiente aragonés son verdaderas rarezas.

Siguiendo un orden cronólogico, la primera novela es "El rey monje", de José Damián Dieste y Ángel Delgado. El capellán Fortes hace una entretenida crónica novelada de la vida del rey Ramiro II. Ramiro, monje cluniacense, tuvo que hacerse cargo del trono cuando su hermano Alfonso el Batallador murió en combate. Alfonso debía ser un lindo fanático y dejó el reino de Aragón en herencia a las Órdenes Militares. Una especie de impulso telúrico motivaba la guerra incesante: de los Pirineos hasta Jerusalén. A los señores feudales aragoneses no les debió hacer mucha gracia el plan y nombraron rey a Ramiro. No era demasiado habitual en la Europa del siglo XII que un rey supiera leer y escribir, así que Ramiro se reveló como un monarca astuto, que garantizó la supervivencia del pequeño reino de las montañas. A lo largo de toda la novela, late la emocionante (e improbable) identificación de la dinastía con el país: "Aragón, esa palabra contundente como un trueno, con sus montañas, valles y sasos, con sus cordilleras altivas y sus instituciones austeras, está en la sustancia de mi linaje" dice el rey.

La segunda novela "El invierno de la Corona" transcurre en uno de los momentos más críticos de la historia de Aragón y de la Corona: el reinado de Pedro IV, en el siglo XIV, durante el cual tuvo lugar la terrible "guerra de los dos Pedros" contra los enemigos tradicionales: Castilla y Génova. El profesor y autor José Luis Corral se inventa el personaje de Jerónimo de Santa Pau, de familia de conversos, notario real, es decir agente de la poderosa red diplomática de una Corona de Aragón que ejercía su condición de potencia hegemónica en el Mediterráneo; pero que empezaba a dar signos de agotamiento. Santa Pau, políglota, sofisticado, culto, valiente y apuesto, viaja a Barcelona, a Zaragoza y a Atenas para defender los intereses de ese estado que hoy llamaríamos "plurinacional". Es divertida y amena; aunque un poco predecible. Creo que Corral ha vuelto a publicar cosas últimamente.

La tercera novela me pareció la más difícil de leer (será porque el autor, Fernando Bartolomé Benito, es profesor de literatura). Trata una época convulsa y violenta: el reinado de Felipe IV (Felipe III en Aragón) en el siglo XVII. La monarquía hispánica está en crisis. Los portugueses y los catalanes, alentados por los agentes de Richelieu, se enfrentan a los propósitos unificadores del conde-duque de Olivares. El reino de Aragón duda: los ejércitos extranjeros venidos de Castilla no crean más que conflictos y reyertas. El autor toma un hecho histórico muy poco estudiado; pero que pudo cambiar la historia (la conjura del Duque de Híjar para convertirse en rey de un Aragón independiente) y se inventa un complejo suspense en el que pone de improbables protagonistas a dos famosos aragoneses: Gracián y Uztarroz. La verdad es que no me imagino al gran Gracián participando en folletines de capa y espada. Pero le perdonaremos la licencia, ya que Pérez-Reverte metió a Quevedo en su españolísimo "Alatriste" y nadie se quejó.

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Anónimo ha dicho que…
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