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Regular, gracias a Dios


Fue mi paisano Miguel, al que se lo había presentado Joaquín Carbonell, el primero que me dio la mala noticia: "¿Sabes que Labordeta tiene cáncer?". Así que cuando vi el título y la portada del libro que mis compañeros de trabajo me regalaban por mi cumpleaños, sabía de lo que se trataba. Labordeta ya había escrito cosas biográficas en el pasado: hace poco reseñé aquí el "Memorias de un beduino" sobre sus ocho años de parlamentario; pero este último libro es distinto. Se trata de los apuntes biográficos de un hombre enfermo, de alguien que va de su casa al hospital y del hospital a casa, pasando por el dolor y el miedo. Y eso abruma y enternece, aunque el que cuente historietas de su vida sea un mito viviente. Es lo que tiene el adjetivo "viviente".

Labordeta ha sido muchas cosas. De hecho, la capacidad para disfrazarse, para transformarse a sí mismo en lo ideológico y en cierto modo, en lo poético, es una de las características principales del personaje. Y sin embargo, su vida y su obra parecen más coherentes cuanto mejor sea la perspectiva desde la que se observan. En este libro, parece cerrarse ese periplo, porque el personaje se transforma en persona. En una persona asustada, a la que su hija tiene que ayudar a escribir estas "memorias compartidas" porque ya no tiene fuerza para agarrar el boli. Y sin embargo, incluso detrás de ese pesimismo aparente y retorcido, tan aragonés, podemos notar cierta esperanza tranquila.

En estas memorias, pone más luz en algunos de los aspectos de su vida que había dejado de lado en obras anteriores: sus padres y el negocio familiar, las milicias universitarias, su boda. Es decir, las cosas importantes de verdad. Aunque fuera la vida triste de los profesores represaliados en la Zaragoza derrotada y oscura de los 40 y los 50, esa "gusanera" como escribió su hermano Miguel, el gran poeta ausente, siempre ausente. En el libro también vuelve a contar, cambiando un poco el tono, alguna de las vivencias que marcaron su vida y lo convirtieron en el Labordeta público: los años en el Teruel contradictorio, mediocre y secreto de los 60 y las primeras canciones y conciertos. Aquellos años darían lugar a "Andalán" y a la nueva canción "baturra" como la llama irónicamente el autor, y en última instancia, al aragonesismo contemporáneo. A ese aragonesismo al que este hombre tragón, campechano y andariego le puso una voz rotunda y honrada, aunque ahora la voz ande algo aflautada por culpa de la quimio maldita.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Vaya.
No lo sabía.
Justo hoy he acabado de leerme "Elegy",de Philip Roth.
En El País preguntan a escritores conocidos qué pje de la literatura universal hubieran querido ser.
Mi respuesta:Daniel,el mochuelo.
(E impedir que la Uca-uca le quite las pecas...)
¿No ves a Labordeta por las calles de su pueblo?
NO te conozco de nada.He llegado al blog por casualidad.Cosas de internet.Volveré.Un saludo.
ElSapo ha dicho que…
Ostras. Se me había quedado en la mente que este libro se titulaba "regular, tirando a mal". He mezclado con el "pachucha, tirando a mal" del mendrugo de Ussía. Que Dios, exista o no, me perdone.
Por cierto, y a raíz de lo de mi madre, el otro día me contaron una buenísima respuesta para cuando te hagan la dichosa pregunta: "Bien, sin entrar en detalles". Insuperable.

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