Estoy de paso en Madrid, esa ciudad que, para bien o para mal, siempre me parece tan ajena y tan desconocida, y por tanto, tan impresionante.
Ayer, como otras veces, eché un ratito en el museo de El Prado. Me venía a la mente un documental que hicieron hace poco en la 2 sobre la hazaña que logró la República Española. Bajo las bombas italianas y alemanas, consiguieron evacuar la colosal colección. Cuando el gobierno de Burgos fue reconocido por británicos y franceses, la colección regresó desde Suiza sin que se perdiera un solo cuadro. Posiblemente, nunca un tren ha transportado un tesoro de tanto valor.
El Bosco, las pinturas negras, Juan de Ribera...el alma de Europa en esas paredes. Imágenes que inextricablemente forman parte de nuestra memoria, allí delante, al alcance de una mano traviesa. Hasta el menos interesado se queda un momento sin respiración.
La gran estrella de esos días era "El descendimiento de la Cruz", un Caravaggio que los museos vaticanos han cedido al Prado para adornar un poco más la próxima visita del Papa a la capital del reino. A ver si tienen suerte los madrileños y no les cuesta demasiado dinero la fiesta. A los contribuyentes valencianos, la visita del 2006 nos costó un pastón. Pero lo peor del asunto es que solo nos pudimos enterar de la contabilidad de la visita, varios años después, a través de las escuchas policiales por el caso Gürtel. Democratic accountability lo llaman en inglés.
Y hablando de democracias, anoche desalojaron la plaza del Sol, que volverá a llenarse de gente. y es que como dijo Neruda, la primavera es inexorable.
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