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"Philomena" y "Dallas Buyers Club"

Vivimos a través de las emociones ajenas. Los padecimientos y las alegrías de los otros nos hacen llorar y reir. Espejos sutiles de nuestro yo vacío frente al televisor deshonesto. La empatía, esa ilusión, ese prodigio evolutivo. El arte todo, especialmente el audiovisual, es la manipulación de esa empatía, de la envidia, de la solidaridad más pura. Y esto vale para la mierda de las telecinco y  para los poemas que Miguel Hernández escribió en la cárcel. Aunque haya universos de diferencia en la intención o en la artesanía usada.

Las dos últimas pelis que hemos visto  tenían mucho de ese trabajo emocional. Ambas  logran que el espectador se ponga en el lugar de los protagonistas y que sienta un poco su dolor y un poco su lucha por vivir. Y que salga del cine con la ilusión de haber llenado un poco esa nada que nos inunda por dentro. Con menos arte, con otros actores u otro atrezzo, ambas pelis serían telefilmes para después de comer. Pero, afortunadamente, ambas son dignas y están bien contadas, bien manipuladas. Ambas se han llevado varios premios y es que la industria, incluso durante su imparable ocaso,  sabe cómo vender emociones y palomitas.

En "Philomena", Judi Dench estaba nominada al Oscar a la mejor actriz. Interpreta a la anciana madre que busca al hijo que le robaron las monjas hace 50 años. Cualquier espectador español reconocerá de inmediato el tufo a cerrado, a hipocresía,  a fanatismo. A mí, me gustó mucho ver los pueblos irlandeses y que la historia describa cómo se escribió la historia. Me llamó la atención el hecho de que las monjas sean tan terrible, abrumadoramente malas, precisamente porque están convencidas de que hacen el bien.

En "Dallas Buyers Club", Mc Conaughey ganó el Oscar como mejor actor por su interpretación de Ron Woodroof, el texano al que diagnosticaron SIDA y un mes de vida y acabó montando un sistema de compra alternativa de medicamentos. La peli cuenta su transformación personal y la de la búsqueda desesperada de tratamientos que emprendieron miles de afectados, ante la lentitud del sistema farmaceútico legal para reaccionar. Aunque la historia es muy buena, al director se le va apagando un poco y solo la interpretación de Mc Conaughey y de Jared Leto la mantienen. Mi formación científica me susurraba que los procesos sistemáticos de prueba de la medicación y el uso de placebo para identificar efectos eran necesarios, aunque le quitaran la posibilidad de sobrevivir a miles de personas, que estaban dispuestos a probar lo que fuera por salvarse de la plaga. La ciencia, el sistema. Era el bien absoluto frente al mal particular. Me acordé de las monjas hijas de puta y su fanatismo y comprendí que yo no era tan distinto a ellas.

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