Por descarte, o porque las otras
ya habían empezado, o porque así lo quiso el azar, entramos a ver esta peli
flamenca. Y nos gustó, como suele gustar una comida correcta en un restorán que
no se pase mucho con el precio.
Se trata de una comedia
romanticona y con bastantes lágrimas emboscadas, que transcurre en la lluviosa noche de San Valentín en un restaurante de esa
parte de Bélgica. La historia se mueve en dos escenarios: la cocina del
restaurante y las mesas del mismo, en cada una de las cuales se da una escena
sobre el amor o el desamor, bien regadita con el vino, la mejor prueba de que
Dios existe. Y como cruzamos muchas veces las puertas de la cocina, sacando y
metiendo platos, la cosa entretiene. Hay ironía y un poquito de mensaje. Todo
ello sin pasarse. Supongo que eso debe ser muy belga.
Pensé en los amigos y amigas que
trabajan en hostelería y en los restaurantes que he tenido la suerte o
desgracia de visitar. En el mundo del futuro ya no habrá restaurantes de
barrio, con geniales cocineros gordos, guarros y borrachos. Solo quedarán franquicias
y chinos que explotarán a los de los minijobs, mientras en la tele salen chefs
mariquitas y delgaditos, como sacerdotes de una nueva religión para idiotas.
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