Me lo he pasado muy bien con la
quinta novela paródica protagonizada por el que llaman “el detective loco”. Me
ha parecido tan buena como la que inauguró la serie: “El misterio de la cripta
embrujada” (1979). La ciudad de Barcelona ha seguido evolucionando, y ahora
entramos en gimnasios para pijos y se nos revelan tramas de caciques tacaños,
con apellidos autóctonos que evaden capitales mientras sueñan con el “país
petit.” Y el pobre protagonista anónimo, recién salidito del manicomio, desentrañando
misterios y desfaciendo entuertos, mientras pasa hambre y huye de una policía violenta
y servil con los poderosos.
Hasta ahora, me había fijado más
en cómo el genio humorístico de Mendoza no solamente sirve para poner de
manifiesto la brutalidad de las desigualdades de clase, algo que ya reseñamos
hace tiempo
Pero en esta última novela, he observado
más al protagonista. Describe sus aventuras con el lenguaje formalista y
preciso de un señor redicho. Y esa es su realidad. Una extraña confianza en que
todo se va a resolver, en que las cosas resultarán tan lógicas y justas como es
el lenguaje bien usado, lo mantiene vivo. Pero también le impide verse a sí
mismo: un triste loco maloliente y nervioso, hermano de una prostituta, ayudado
por unos travestis y que se tiene que esconder en madrigueras urbanas. Un pobre
Alonso Quijano que cambia el mundo, sin más ayuda que sus parrafadas, sus desdichas y su
ingenio.
Comentarios