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El secreto de la modelo extraviada. (Eduardo Mendoza, 2015)




Me lo he pasado muy bien con la quinta novela paródica protagonizada por el que llaman “el detective loco”. Me ha parecido tan buena como la que inauguró la serie: “El misterio de la cripta embrujada” (1979). La ciudad de Barcelona ha seguido evolucionando, y ahora entramos en gimnasios para pijos y se nos revelan tramas de caciques tacaños, con apellidos autóctonos que evaden capitales mientras sueñan con el “país petit.” Y el pobre protagonista anónimo, recién salidito del manicomio, desentrañando misterios y desfaciendo entuertos, mientras pasa hambre y huye de una policía violenta y servil con los poderosos.

Hasta ahora, me había fijado más en cómo el genio humorístico de Mendoza no solamente sirve para poner de manifiesto la brutalidad de las desigualdades de clase, algo que ya reseñamos hace tiempo 

Pero en esta última novela, he observado más al protagonista. Describe sus aventuras con el lenguaje formalista y preciso de un señor redicho. Y esa es su realidad. Una extraña confianza en que todo se va a resolver, en que las cosas resultarán tan lógicas y justas como es el lenguaje bien usado, lo mantiene vivo. Pero también le impide verse a sí mismo: un triste loco maloliente y nervioso, hermano de una prostituta, ayudado por unos travestis y que se tiene que esconder en madrigueras urbanas. Un pobre Alonso Quijano que cambia el mundo, sin más ayuda que sus parrafadas, sus desdichas y su ingenio.

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