Cuando Miguel, en la Feria del
Libro, me recomendó, al toque, esta novela, Premio Herralde del 2016, intuí que me iba a gustar. Y así ha
sido. Desde las primeras páginas me atrapó y la he devorado en tres días. Y eso
que intenté saborear poco a poco las frases, el vocabulario mexicano, las
múltiples ironías encerradas en cada párrafo. Cualquier lector español
debería leer en mexicano, para salir un poco de su ridículo ombligo y
aprender un poquito de su propia lengua.
El autor Juan Pablo Villalobos
lleva unos cuantos años viviendo en Barcelona, dedicándose a eso tan extraño y
tan inútil de la teoría literaria. Y se retrata a sí mismo como protagonista
improbable de una trama absurda que junta a mafiosos mexicanos con doctorandos
latinoamericanos y prohombres catalanes de los del 3%. Usa el viejo truco de
hacer aparecer a la propia novela dentro de la novela. Recuerdo lo que me impresionó
en la adolescencia, “Papel mojado”, de Millás. Después, aprendí que Cervantes también había
usado esa especie de metaliteratura. Villalobos se recrea, se mofa y se cisca
en la crítica literaria, en las tesis doctorales sobre autores desconocidos que
nadie conocerá, en la metaliteratura y en su propia novela. Y llega hasta la
blasfemia absoluta: incluso la Biblia del estilo contemporáneo: “Los detectives
salvajes” es usada, podría ser usada como arma arrojadiza dentro de la trama.
La novela transcurre principalmente
en Barcelona y sin pretenderlo (o quizá con toda la mala intención del mundo)
es un divertido reflejo de cómo viven y cómo ven los latinoamericanos que allí se
buscan la vida a los catalanes (que también son los del ombligo del primer
párrafo). Barcelona acogedora, pero al mismo tiempo miserable e ingrata. Ya
tengo un objetivo para junio. Buscar más novelas de Villalobos.
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