Por casualidad, el 12
de octubre, se celebran simultáneamente la Virgen del Pilar y el día Nacional
de España. En 1613, la ciudad de Zaragoza decidió guardar ese día como festivo.
El milagro de Calanda en 1640 extendería la devoción a esta virgen local por
los reinos hispánicos y el resto de la Europa católica.
La expedición
castellana llegó a las costas de la llamada Guanahani un 12 de octubre. Se
iniciaba la conquista del nuevo Mundo y la historia de los grandes imperios occidentales. En 1926, en Argentina, propusieron llamar a las celebraciones “Fiesta de la Hispanidad”.
La idea tendría éxito en la España franquista. En 1987, se decidió consolidarla
legalmente como fiesta nacional, cambiándola de nombre, frente a los que
hubieran preferido el 6 de diciembre o el 2 de mayo, que sí que fue algo "nacional". La Virgen que no quería ser francesa y una
idea nacional española vinculada a viejas glorias imperiales quedaban así unidas en las
mentes y en el calendario.
Todos los países tienen
sus fiestas nacionales que, conmemoran momentos fundacionales o antiguas hazañas. Todas las historias nacionales son heroicas y exitosas. O intentan
serlo. En el caso de España, la discusión sobre su éxito o fracaso como entidad
nacional siempre ha existido: “Si habla
mal de España, es español”. En la actualidad, esa discusión está más viva
que nunca.
En “Conversación en
la Catedral”, Vargas-Llosa escribió una frase universal: “¿Cuándo se jodió el Perú?” Esa frase formidable encierra y resume
todas las insatisfacciones nacionales o sociales. Todas las que miran al pasado
y todas las que miran al futuro. Cambien
Perú por España y ese es el tema principal de este ensayo del economista y
politólogo Josep María Colomer
Al autor no le
falta prestigio para elevarse un poco sobre sus especialidades académicas y atreverse
con los grandes temas. Pero los grandes temas no son como la teoría de juegos o
los sistemas electorales. Son más escurridizos y esconden opiniones
personalísimas. Colomer, obviamente, es catalán. Y es que ha sido en Cataluña
desde donde más se ha debatido el ser (o no ser) nacional español. Precisamente,
en agosto, murió Josep Fontana, uno de los grandes historiadores del XIX, el
siglo donde quizá fue derrotada la posibilidad de construir un estado-nación “homologable”.
Y es en Cataluña donde, hoy, se dilucida a nivel práctico ese ser (o no ser)
nacional. Cataluña, demasiado grande para ser semiindependiente como los
vasco-navarros, demasiado pequeña para haber influido exitosamente en Castilla
y la España castellanizada.
Para juzgar el
éxito o fracaso de España como estado-nación, inevitablemente hay que buscar
otros con los que compararse. Y si el modelo es Francia, pues el diagnóstico no
es muy bueno: España no ha logrado ni la homogeneidad lingüística y cultural, ni
el desarrollo económico ni el grado de calidad democrática de su vecino del
norte.
Colomer pretende
responder a la pregunta de por qué esto es así en este libro provocador,
reposado y fácil de leer. Y su respuesta básica es que Castilla se convirtió
demasiado pronto en un imperio mundial. De hecho, fue junto a Portugal, el
primer gran imperio colonial europeo. Y que ser un imperio tan pronto perjudicó
el desarrollo español (la inflación por la llegada de la plata y la falta de
iniciativa empresarial en un reino de señores de la guerra). Estos
razonamientos son conocidos desde antiguo; pero Colomer incide en los “costes
de oportunidad” de la expansión imperial: “la peor parte no fueron los
escasos resultados, sino la ocasión perdida de crear una administración
eficiente de un estado efectivo, así como una cultura integradora dentro de la
Península, como otros países europeos comenzaron a hacer en esa época”.
Cuando España empezaba a perder su imperio americano, otros, especialmente
Inglaterra, que tenía mejores mecanismos de gobernanza y más desarrollo
tecnológico, comenzaban el suyo, con más éxito. El supuesto fracaso de la
modernización en el XIX y la falta de un Estado poderoso y eficiente daría
lugar a un siglo XX marcado por el anómalo poder clerical y un militarismo más
alineado con las clases poderosas que con la “nación”. Las élites periféricas
abandonaron la fidelidad al centro, ante la incapacidad de este (nacionalismos
catalán y vasco). Según Colomer, las
numerosas deficiencias de la actual democracia española (corrupción, desequilibrios
territoriales, etc.) serían los síntomas de esa supuesta frustración. Una mayor
integración en Europa sería la oportunidad de recuperarse de esa vieja
frustración natural. Supongo que pueden leer el libro mientras ven el desfile
militar en la tele.
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