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Las tripas de los ricos: "Succession" y "Trust"

Todo indica a que vamos velozmente a una sociedad dual, sin clase media. Abajo, millones de desempleados y de trabajadores pobres. Arriba, un 1% que posee cada vez más, a los que cada crisis enriquece más. Es normal que veamos a ese 1% como algo lejano, como un ente estadístico, como un número frío y aséptico. Pero ese 1% son familias, como las nuestras, personas como nosotros, que se despiertan con hambre o con resaca, con odios y con adicciones, con sus penas y risas humanas, tremendamente humanas. Hay algún día feliz que disfrutan de la comida y alguna noche triste que no se les levanta. La única diferencia es que viajarán mucho más en avión que vosotros, pasarán frío pocas veces y en general, esnifarán cocaína de mejor calidad que la gente de mi barrio. Han ganado la class warfare gracias a sus abogados infinitos, a los think tanks a y la estupidez de las clases medias locales. Saben lo qué es la curva de Laffer y se cagan de la risa con ella. Tipos igual de idiotas o de espabilados que nosotros; gentes como nosotros, pero gentes que cuando deciden algo, joden o benefician a millones de personas.

En las últimas semanas, hemos visto dos series estadounidenses que traen muy bien este tema: que los ricos, los muy ricos, tienen tripas. La primera ha sido "Succession" (HBO, 2018) y la segunda, Trust (Filmin, 2018). Uno estaba acostumbrado a ver hijos de puta haciendo cosas malas para todos (Margin Call, 2011), (The wolf of Wall Street, 2013) en nombre de la libertad. Viva la libertad. Viva el capital. Pero ahora vemos que los hijos de puta, además tienen hijos a los que quieren dejarles su  reino del mal mientras los humillan. En ambas series vemos a dos viejos cabrones (Brian Cox como Logan Roy, dueño de un imperio de medios de comunicación, en "Succession") (Donald Sutherland como J.P. Getty, un tycoon del petróleo) -me encanta esa palabra: tycoon- Ambos manipulan a sus herederos, que los admiran y temen, y rezan todos los días para que revienten de una vez. Y gozan ese juego sádico, mientras obligan a ponerse al teléfono al presidente de los EEUU o compran cualquier cosa que se pueda comprar por dinero. Y vemos al dinero, que no es un medio, sino un dios que se ha apoderado de sus almas, de todas nuestras almas.

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