Los antepasados trabajaron hasta caer desfallecidos. Por nosotros. Por dejarnos algo donde pudiéramos vivir. Los padres, o los padres de los padres, construyeron esta casa, estas paredes que nos cobijan; pero que también nos encierran, nos limitan. Nos dejaron la casa y todas las obligaciones que conlleva. En la casa, en la hacienda, en la heredad, cada piedra, cada ladrillo, cada puerta, tiene un significado, una razón antigua, una historia que nos da sentido a nosotros, como herederos. La casa no es solo la casa, es el sudor de las generaciones, las ilusiones, los odios que recibimos y prolongaremos. La casa se convierte en el centro de la vida: la familia se sustancia en ella y mantenerla y traspasarla a los que vendrán es más importante que las personas mismas...
En las montañas del norte de España, la casa era la familia. Los apellidos vascos, en su mayoría, son topónimos, la ubicación de la casa o del caserío de origen. La casa como obligación sagrada y símbolo del sitio de las personas en el mundo... "Nire aitaren etxea defendituko dut", el famoso poema de Gabriel Aresti, "Defenderé la casa de mi padre":
"...me dejarán sin brazos, sin hombros y sin pechos, y con el alma defenderé la casa de mi padre. Me moriré, se perderá mi alma, se perderá mi prole, pero la casa de mi padre seguirá en pie..."
En el Pirineo y en otras partes de Aragón, también se conocía a las gentes por el nombre de la casa-hacienda. Para que esta no se dispersara en las herencias, el hermano mayor (l'hereu en catalán) lo heredaba todo. Pero debía mantener a la familia. Los hermanos menores emigraban o se quedaban en la casa a condición de que no se casaran. Trabajaban para la casa, para el hermano mayor y luego para los sobrinos, envejecían solos, eran los "tiones", los "mozos viejos". Si la casa cae, si la hacienda muere, lo que muere es la memoria de todos los antepasados, la historia del país. La Ronda de Boltaña lo captó bien en esta canción sobrecogedora.
Le regalé a Merche este cómic de Paco Roca (2016), sabiendo que le gustaría. Tres hermanos se juntan en el chalet que construyó el padre fallecido, y en el que pasaron veranos felices. El chalet que era una obligación, una molestia; pero que representa ahora al padre ausente y a la memoria de la infancia y que se convierte ahora en el centro de la historia. No pueden desprenderse del chalet porque el chalet son ellos, aunque cada hermano sea distinto. Ya reseñé aquí otra obra excelente de Paco Roca. y de nuevo, he disfrutado de su dibujo certero y de su guión. El dibujante valenciano ha usado ahora evidentes recuerdos personales para hacer algo agrabable pero profundo.
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