Los jueces podrán argumentar que están en "un país de pícaros" y que ellos no van a ser menos. La novela picaresca fue uno de los grandes hallazgos del "Siglo de Oro" de la literatura castellana. Ponía de manifiesto el trecho que había entre el ideal manifestado (la gloria imperial, la hidalguía) y la realidad social (las clases marginadas, la corrupción generalizada). El pícaro es el pobre astuto que intenta salir adelante en una sociedad estamental. En aquellas Españas todos querían vivir sin trabajar de las rentas que venían de las Indias, entraban por Sevilla, se contabilizaban en Madrid, y servían para pagar la deuda del Rey en las guerras de religión. El pícaro, aspira a las migajas y casi siempre, acaba apaleado o muerto; pero la historia hace mucha risa. A través de la literatura picaresca, el Imperio se miraba a si mismo en el espejo y lo que veía no era hermoso. La España actual no deja de ser una descendiente pobre de aquellas Españas, que va vendiendo las pocas joyas que le quedan para ir tirando.
La literatura picaresca influyó poderosamente en otras literaturas europeas, y ha llegado hasta el presente en diversas formas. Torrente, la gran creación de Santiago Segura, es el heredero de esa tradición. El personaje es tan poderoso que ha permitido a Segura estirar la saga hasta "Torrente 5. Operación Eurovegas", que vi el otro día. La fórmula es sencilla: Torrente hace chistes fáciles en una historia deslavazada y todos nos reímos, aunque cada vez las pelis aburran un poco más. Nos reímos porque todos tenemos un Torrente dentro: con sus vicios, su ignorancia, su fanatismo político, su infancia desdichada, sus artimañas de pícaro perdedor. El problema es que si nos hace gracia es porque vivimos en una sociedad de Torrentes, con jueces como los del primer párrafo. Una sociedad que no es tan diferente de las Españas del XVI, que empezaban su inevitable decandencia, por la corrupción de las élites y la pereza del resto. Y el otro problema es que antes nos avergonzábamos de ser, en el fondo, como Torrente, y ahora empieza a haber concejales y diputados que ya no lo hacen, ya no se avergüenzan. Y que quizá acaben dirigiendo a los jueces del burrito.
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