Dedico la última entrada de las vacaciones a los libros sobre mapas que me han entretenido durante este mes de agosto tranquilo, pesadote y largo. Me los fui comprando en la librería del Puerto de Sagunto. Siempre me han gustado los mapas. Recuerdo la alegría que me produjo que Javi me regalara el mapa de carreteras de Gran Bretaña e Irlanda que habíamos usado en el gran viaje por Escocia. Fue hace muchos años, cuando todavía se usaban los mapas de carreteras y el independentismo escocés era una fuerza política marginal. Una vida ha pasado desde entonces.
Me gustan los atlas históricos, así que me compré "Segunda guerra mundial. Mapa a mapa." que he ido consultando según he visto algunos capítulos de las series de la amplia oferta televisiva dedicada a aquella guerra. También he disfrutado mucho "Atlas de fronteras insólitas", una interesante recopilación sobre los enclaves, fronteras indefinidas, islas compartidas, que la historia ha venido deparando. La curiosa geometría de las fronteras. Precisamente, la semana que viene quizá vayamos a un "exclave". Un pueblo "español" al que hay que acceder por otro país. Ya os contaré.
La construcción de mapas conlleva una serie de conocimientos y de técnicas que le han costado mucho de obtener a la humanidad. No olviden que la tierra es una bola un poco irregular y que no es fácil llevar imágenes de esa bola a un papel. Además, es una bola muy grande comparada con el alcance de la vista de un marinero. Por ello, durante muchos siglos, los mapas han traído imágenes fantasiosas, leyendas, mitos, prejuicios. Islas ubicadas en algún sitio que nunca nadie había visitado jamás y que no fueron borradas hasta que los satélites nos empezaron a transmitir imágenes certeras de la gran bola. Algunos de esos errores convertidos en Atlántidas o en Thules se arrastraron de mapa a mapa (copia y pega) durante siglos. "El atlas fantasma" de un tal Brooke-Hitching refleja esto.
La cartografía tiene muchas facetas. Una de las que me parece más interesante es que los mapas suelen ser la primera imagen visual que los estados transmiten de sí mismos, incluso antes que la bandera o la moneda. Los escolares aprenden el mapa de su "país" antes que nada. Las lindes. Los mapas del tiempo. Es gracioso que cuando llueve en Extremadura, en Castelo Branco o en Portalegre haya un inexpresivo tiempo gris. O que cuando nieva en el Valle de Chistau, al otro lado, en la cara norte del Pirineo, en Cominges, no pase nada. No existe. En algún sitio hay que poner la raya, supongo. Los viejos estados nación se definen a través de esos mapas como unidades eternas e inalterables. Lo de la unidad indisoluble, supongo. Hasta que el mapa cambia.
Otra faceta interesante de los mapas es que siempre han sido una tecnología importante en la exploración y en la conquista. Es decir, los mapas eran un arma de guerra más. Todos los pueblos han cartografiado el territorio. Pero los pueblos más avanzados lo hacían con más exactitud. "El porqué de los mapas" de Eduard Dalmau tiene un título un tanto confuso. Debería haberse titulado algo así como "Una historia de la cartografía antigua". El libro describe a los mapas griegos (obviamente, el cálculo de Eratóstenes), los romanos, los árabes. Creo que el mejor capítulo es el que dedica a la llamada "Escuela catalana", de Barcelona y Palma, que permitió a la Corona de Aragón registrar bien su conocimiento de los mares y las costas. El siglo XV fue el período en el que los tres grandes reinos ibéricos (Portugal, Castilla y la Corona de Aragón) se prepararon y desarrollaron la teconología para comerse el mundo. Luego, el mundo se los comería a ellos, que es lo que suele ocurrir.
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